
LA TERNURA
Entre los siete y los nueve años tuve la suerte de vivir en una granja, una experiencia enriquecedora que cada niño debiera tener en su vida.
Más que una granja era una bodega, ya que más de la mitad del terreno estaba dedicado a viñedos, de donde salía el mejor vino de la comarca. Allí había patos, gallinas, cerdos, vacas, perros, gatos, pájaros de mil colores, tortugas en el río y hasta murciélagos y zarigüellas si uno sabía buscar en el lugar apropiado.
Esperaba ansioso cada tarde el regreso de la escuela, hacía rápido los deberes y salía a jugar, con veinte hectáreas por las que correr y descubrir la vida.
Allí nació mi hermana menor, pero fuimos Lina, mi hermana mayor, y yo quienes tuvimos la suerte de poder disfrutar, por nuestra edad, de lo mejor de esa experiencia.
Nunca comprendí muy bien que movió a mi padre, un hombre que había vivido la mayor parte de su vida en grandes ciudades, a comprar aquella bodega y vivir alli dos años antes de regresar a España, pero a Lina y a mi nos regaló la mejor etapa de nuestra infancia. Sospecho que tenía cierta nostalgia de su aldea gallega, nostalgia de la naturaleza sobre todo.
Mi padre tenía una facultad especial en su relación con los animales, una conexión natural que hacía que le respetaran sin que tuviera que imponerse nunca mediante la fuerza o la agresión. Tona, la perra madre de la granja, sólo le permitía a él tocar a sus cachorros recién nacidos, gruñendo con fuerza a todos los demás y sólo a él le permitió tocarla y curarla cuando fue herida de bala por un vecino malnacido que ahuyentaba a tiros en tiempo de celo a todos los perros y perras que se acercaran a sus tierras, para poder vender luego los cachorros de sus animales de pura raza. Un humano hijo de perra. . .
En una ocasión, mi padre compró un ternero meses antes de Navidad con la idea de engordarlo y poder hacer con él un buen asado, pero el ternero, el Negrito, como le bautizamos mi hermana y yo por su color azabache, entabló con mi padre una relación muy especial: le seguía a donde fuera, estaba siempre detrás suya y se sentaba a su lado cuando mi padre paraba en algún sitio. Algunos vecinos de granjas y bodegas cercanas acudían a ver el espectáculo de un ternero que se comportaba como un perro y el hecho se hizo famoso en la comarca.
Negrito fue creciendo al lado de mi padre y siendo nuestro objeto de juegos.
Llegó la Navidad y Lina y yo pedimos que no fuera sacrificado a lo que mi padre accedió rápidamente, ni que fuera castrado, a lo que accedió a regañadientes. Unas semanas después comenzaron a aflorar de la cabeza de Negrito un par de incipientes cuernos, la naturaleza seguía su curso y el becerro empezaba a mostrar su estampa de toro.
Una tarde, mientras merendábamos en un velador bajo la sombra de una enorme glicina, Lina se puso a jugar con Negrito y éste, siguiendo su instinto natural, hizo ademán de embestirla. No le hizo el menor daño, pero recuerdo la expresión seria de mi padre y que, haciendo caso omiso de nuestras protestas, encerró al becerro dentro de la bodega.
Al día siguiente mi padre nos explicó que había que sacrificar al animal, que empezaba a ser peligroso. Nos habló del ciclo de la naturaleza, de la vida libre que había tenido Negrito, mucho mejor que la de cualquier animal de granja, y mil argumentos más con la intención de que sufriéramos lo menos posible ante lo inevitable. Nos dijo que podíamos venderlo a otra granja, pero al preguntarle qué harían con él, nos contestó honestamente que, antes o después, sacrificarlo. Mi padre nunca mentía, y mucho menos a sus hijos. Intentó inútilmente consolarnos explicando que la muerte sería rápida y no sufriría nada.
Esa misma tarde nos dijo que nos fuéramos a casa a leer un cuento o ver la tele y Lina y yo comprendimos qué significaba esa invitación.
Lina se metió en la casa, obediente como siempre ha sido, mientras yo me atreví a desobedecer a mi padre y di la vuelta al edificio para ir a esconderme cerca de donde estaba atado Negrito. A los pocos minutos apareció mi padre con un gran martillo en la mano. El animal se acercó a él y golpeó levemente su cabeza contra su pierna a modo de saludo, como solía hacer. Mi padre le acarició un rato, dejó el martillo en el suelo y se apartó de él para permanecer unos minutos mirando al vacío frente a los viñedos que se extendían delante.
Volvió, recogió el martillo del suelo, dijo: "Tú también lo harías por tus hijos, amigo" y levantando el martillo en el aire descargó un golpe en la cabeza del animal, pero en el movimiento hubo un instante de duda a mitad del recorrido que hizo que el golpe no fuera definitivo, a pesar de la sobrada fuerza de quien lo ejecutaba.
Negrito se tambaleó, emitió un pequeño mugido y se acercó a mi padre lamiéndole la mano mientras un hilo de sangre brotaba de su cabeza. Entonces mi padre volvió a levantar el martillo y golpeó con todas sus fuerzas, cayendo el animal fulminado. Esa fue la primera vez que vi llorar a mi padre.
Esa misma noche prometió en la cena que nunca volvería a criar un animal que tuviera que sacrificar luego y lo cumplió hasta el fin de sus días.
Nadie de la familia quería comer la carne del becerro, que fue vendido a una carnicería de un pueblo cercano.
En mi enojo infantil e irracional necesitaba buscar un culpable y decidí que era Lina, porque si no le hubiera provocado con sus juegos, Negrito nunca la habría embestido. Estuve más de dos semanas sin hablar con ella, a pesar de que le había dolido la muerte del becerro tanto como a mi.
Sin embargo, a lo largo de los años he ido descubriendo poco a poco muchos gestos de amor y ternura en aquella dramática historia.
El extraño apego de un animal hacia una persona, la dura elección de un hombre entre la seguridad de sus hijos y el sacrificio de quien era, aún siendo sólo un animal, su amigo.
Aprendí también las contradictorias consecuencias de la ternura, el cariño o el respeto, pues si mi padre hubiera castrado al animal, podría haberse criado como un buey, pero por aprecio no lo hizo en su momento, luego era demasiado tarde y las consecuencias fueron peores. También la duda en aquel primer golpe, frenado el brazo de mi padre por el cariño hacia el becerro, no hicieron sino aumentar el dolor de éste.
Y al final, intentando todos darnos cariño y ternura, no conseguimos sino darnos sufrimiento unos a otros.
Mi padre vendió la granja y la bodega a los pocos meses, y nos mudamos a otra granja, la hipócrita España franquista, donde a las personas todavía se las condenaba y ejecutaba sin un ápice de justicia ni humanidad y con una crueldad que nunca se encuentra en la naturaleza, la crueldad de los seres humanos que ni se sospechan enfermos de falta de ternura.
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LA BOTELLA DE AGUA
La botella de agua en el río de la vida
Me dejé llevar por el río y empapado comprendí,
que el mismo agua cristalina que riega la vida
es lluvia fértil, lágrimas, baño dulce, riada o sudor,
que no hay placer al que no acompañe un dolor
ni dolor tras el que no se esconda, cauto, un placer,
que todo forma parte de todo y todo vale por igual,
que los sueños no tienen propietarios y así ha de ser,
y que en una botella de agua no se puede encerrar,
ni el río de la vida, ni un deseo sincero de crecer.
Ligera flotará la botella arrastrada por el río,
y se hundirá poco a poco, triste y arrogante,
cuando, pesada y llena, río se llegue a creer.
Porque en el juego de la vida, al final,
sólo gana quien juega como la vida . . .
. . . y la vida siempre juega limpio.
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YO Y EL BLOQUEO
*Marisa se bloqueó nada más nacer: una mínima distracción, un pequeño error dio lugar a una gran tragedia: toda una vida en estado vegetal que unos pocos envidian y la mayoría compadece.
*Luis se bloqueó cuando, siendo bebé, la desesperación de una madre primeriza, su madre, la hizo perder el control y zarandearle con violencia. Al romperse las tiernas conexiones entre su cortex frontal y el resto de su cerebro, fue condenado de por vida a ser una persona triste, egoísta y carente de toda empatía.
*Patricia se bloqueó a las puertas de la adolescencia, al ser violada por su tío, otro ser bloqueado que a su vez había sido violado por un vecino a los ocho años.
*Mariano se bloqueó con veinticinco años, en aquella manifestación, al ser apaleado sin que ninguno de los que se decían sus camaradas se atreviera a enfrentarse a los grises. Pasó de ser militante marxista a jefecillo de un grupo ultraderechista y ahí sigue con su brazo en alto y su fe en el ser humano por los suelos, sin poder quitar la vista de sus heridas ni sospechar siquiera las ajenas.
*Ramiro se bloqueó definitivamente a los treinta y dos años, cuando fue rechazado por la mujer de la que estaba enamorado. Ella podía ver en él un amigo, e incluso un amante ocasional, pero nunca un marido o compañero. Desde entonces ella pasó a ser, y con ella media Humanidad, una zorra calientapollas.
*Julia se bloqueó cuando, ya en la cincuentena, decidió insinuarse al mejor amigo de su marido para comprobar cuanto quedaba de la mujer atractiva que había sido no hacía mucho. Él no entró al trapo y ella transformó su energía en odio, lanzando a su manipulable compañero contra su amigo. Hoy todos odian a todos y ninguno, ni ella, sospecha ni recuerda el origen del odio.
...Todos tendrán un bloqueo contra el que luchar, al que reconocer y conocer, un bloqueo al que sobrevivir. Todos intentarán llegar a ese punto en que puedes llorar o sonreír por igual al volver la vista atrás. Todos menos uno: quien ni se sospeche bloqueado.
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DIFICULTAD
"Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras.
Cuida tus palabras porque se volverán actos.
Cuida tus actos porque se harán costumbre.
Cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter.
Cuida tu carácter porque formará tu destino . . . y tu destino será tu vida…" (Mahatma Gandhi)
Empecé a tener dificultades sobre los cuatro o cinco años, cuando me enteré de que existía esa palabra y de su tan relativo como complejo significado.
Para un niño una dificultad puede ser, en el Primer Mundo, que Papa Noel o los Reyes Magos te traigan una consola de juegos, en el Tercer Mundo, que el próximo bombardeo no mate a tus padres como mató a tu hermano el anterior. Contrastes parecidos se dan entre las dificultades o supuestas dificultades de los jóvenes o adultos a uno u otro lado de esa frontera tan patente como primitiva e irracional.
Cuando pensamos en la razón de que los niños no sean conscientes de las dificultades despachamos el asunto atribuyéndolo a la supuesta simpleza de su mente y solemos necesitar muchos años para recuperar, si podemos, esa actitud que todos poseíamos en la infancia de fluir continuo de la mente al vivir.
La vida, como una fuga o una borrachera, nos da con una mano lo que nos quita con otra, nos da sueños cuando todavía no tenemos la suficiente experiencia para llevarlos a buen puerto y nos da experiencia cuando ya no hay energía para luchar por los sueños. Pero no es crueldad, la vida no conoce ese tipo de vanidades, son las agridulces reglas de un juego donde sólo gana quien aprende a mantener el equilibrio.
No creer en la evolución rectilínea, en que cada día sabemos más sólo porque somos un día mayores, aprender a conservar la curiosidad y creatividad de un niño, el arrojo y consecuencia de un joven y la serenidad que sólo la madurez en ocasiones regala, parece ser el camino más coincidente con esas leyes que muchos se atreven a predicar y escribir pero pocos a trasladar a su vida cotidiana.
En este juego de la vida, en esta obra sin ensayo posible, todos somos novatos y, más a menudo de lo que creemos, auténticos sabios de nuestra ignorancia.
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DEPURADORA
La palabra, máscara o revelación, sabe navegar en todas las aguas de la mente: Excitada y revoltosa en la poesía, catarata en el discurso o la carta de amor y remanso en la prosa del ensayo. A veces cargada con restos de vida, para unos alimento y para otros inmundicia, llámese hipocresía, locura o guardar las formas, los mismos que la contaminaron intentan hacerla volver a su estado de pureza o que no sea, al menos, venenosa. Y en la depuradora se depura la impura idea de depurar la pureza. Y cuando surge un hueco, que los hay, una minúscula burbuja de aire, de vacío, entre las aguas inquietas o mansas, también encuentra allí lugar la palabra: se proclama silencio y calla.
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ETERNIDAD
Leí hace unos años una teoría cosmológica que hablaba del universo como fluctuación, tal como una burbuja dentro de una botella de gaseosa. Lo que llamamos eternidad sería el tiempo transcurrido entre el momento en que se forma la burbuja hasta que llega al cuello del recipiente, cuando desaparece. Y no hace mucho leí los resultados de un estudio que venía a demostrar que se activa la misma zona de nuestro cerebro cuando pensamos en un hecho del pasado y cuando imaginamos un hecho del futuro, lo cual, por otra parte, tiene su lógica. Desde entonces no puedo hablar seriamente de eternidad ni beber tranquilamente un inocente vaso de gaseosa.
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UNA SEMANA DE BONDAD
Una semana de bondad y todo seguía igual: el cuerdo loco, los enanos iracundos y el poderoso ejecutivo activo, pasaron a ser pasivos y aburridos, sin nada que hacer y nadie a quien depredar o degradar. Nada se puede construir con una herramienta que no se sabe manejar.
Una semana de bondad y el ser hasta entonces triste, y los locos cuerdos, y los gigantes frágiles y los poetas alérgicos a tertulias literarias, esos que se leen o te leen, sin embargo, estaban muy ocupados descubriendo aún nuevos colores que ni sospechaban que existieran. Activos como ejecutivos, se vieron arrastrados por tanta energía desbordada, y es que cuando todos los niños juegan sin miedo, tanta seriedad se contagia.
Una semana de bondad para darle la vuelta al mundo y resultó que los tristes se alegraron al tiempo que los alegres, con tanta alegría, veían perder sentido a su vida sin el sustento de su diferencia.
Una sola semana y todo dio la vuelta para ser lo mismo, descubriendo todos que en la vida no hay más juego que el equilibrio y que no podían los unos ser ellos mismos sin los otros. Descubrieron la paradoja de la dualidad.
Una loca semana de bondad y todo seguía igual, pero todos aprendieron que había otra forma de mirar la vida y que la vida puede germinar y expresarse de mil maneras que sólo son contradictorias en nuestra mente atrapada.
Una jodida semana de bondad y aún están todos intentando descifrar el milagro.
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LA MUERTE
ME VOY ANDANDO (Ensayo de epitafio)
Me voy andando de esta vida sorprendido del poco equipaje necesario para andar, y sospechando que aún menos es suficiente.
Me voy andando porque ya no tengo prisas, sé sin la más mínima duda que todo esto es regalado.
Me voy andando dejando en el camino un buen puñado de amistades y el peso de unos pocos enemigos que no conseguí que dejaran de serlo.
Me voy algo cansado porque como a vosotros, nadie me enseñó las reglas de este juego, nadie me enseñó a vivir ni a morir sin miedo, y a sobrevivir aprendí, como tantos, solo.
Me voy agradecido: guardo en la memoria personas muertas que creo merecían más que yo el regalo de la vida: son los caminos insondables del azar.
Me voy andando tras haber sembrado más que cosechado, nunca me gustaron las deudas.
Me voy andando seguro del retorno, de que mis cenizas estarán en el aire que respirareis y el vino que beberéis, en el sonido de vuestras risas y la sal de vuestras lágrimas.
Me voy andando convencido de que sólo el miedo de un ego fantasma puede provocar miedo al no retorno, porque sólo caminar es el camino y es camino suficiente.
Me voy andando después de haber apenas tocado el pensamiento paradójico, saboreando la idea aparentemente contradictoria que lo explica todo: sabiendo que vida y muerte son un mismo hecho constante, no un conflicto por resolver.
Me voy andando sabiendo que una parte del camino seguirá abierta mientras respire el más joven de mis amigos o hasta que se destruya el último de mis escritos.
Me voy andando porque, ya veis, tantas vueltas, tantos golpes, tantas lecciones, y aún no he aprendido a volar.
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LAS PALABRAS QUE NO DEBERÍAN EXISTIR
Microdiccionario abierto de palabras que no deberían existir:
Aclaración previa: puesto que no puede existir palabra sin concepto, este diccionario no se refiere tanto a palabras, sino a conceptos, ideas o abstracciones que por el dolor o confusión que han provocado y provocan, poco se perdería si no existieran.
AUTORIDAD:- Dícese de la obsesión humana, inculcada ya desde la infancia, según la cual unos individuos tienen derecho a decidir sobre las vidas de otros. Implica distribución poco eficiente del poder colectivo, el único real en una sociedad que no esté lastrada por el primitivismo o algún tipo de locura.
BIEN:- Concepto moral judeocristiano extendido por todo el planeta a través del colonialismo occidental. Alimenta por igual al fanatismo como al mesianismo y se alimenta a si mismo mediante la confusión y manipulación de conceptos, olvidando que algo puede ser efectivo o inefectivo, pragmático o no, útil o inútil individual o socialmente, según los resultados y los intereses mayoritarios, pero no bueno o malo. La nefasta palabra bien incluye inevitablemente el concepto de mal y éste el derecho de quien se cree en posesión del bien a reprimir, castigar o matar a quien cree guiado por el mal. No confundir con el concepto pragmático de correcto.
CULPABLE:-Concepto que emana de la simplificación y división de las experiencias vitales en un dualismo único de bien y mal. Dícese también del individuo que padece o cree este criterio. En general, ante un conflicto de intereses, cualquier individuo diferente al que habla.
FE:- Estado de alteración grave de la mente que hace creer a un individuo que su idea es la única correcta y digna de tenerse en cuenta. Sus síntomas más evidentes son la incapacidad analítica y sus consecuencias, la agresión y la guerra. La palabra fe es una palabra muy fea, y sus consecuencias, feísimas.
GRACIAS:- En una especie social, ¿quién debe de mostrarse más agradecido: quién recibe por lo recibido o quien da por recibir gratitud y el placer de compartir? En algunas de las culturas humanas más antiguas se da, junto al regalo que se ofrece, las gracias.
INFERIOR:- La práctica del pensamiento vertical arrastra inevitablemente al concepto de inferior o superior, mejor o peor, impidiendo ver la evidencia de su relatividad, pues no existe nadie que sepa todo ni nadie que no sepa nada, teniendo, por tanto, todos algo que enseñar y aprender. De este concepto emanan diferentes patologías como el complejo de superioridad y el de inferioridad, que, siendo el mismo, diferenciamos sólo por su cara más expuesta.
INOCENTE:- Véase CULPABLE.
MAL: Véase BIEN.
MIEDO:-Si esta especie sobrevive y evoluciona, sus individuos serán gestados y criados sin un ápice de miedo a fin de que puedan desarrollar todas sus facultades potenciales y tan sólo al llegar a la adolescencia conocerán tan primitiva sensación. En alguna época, dentro de tres o cuatro siglos posiblemente, surgirá una nueva adicción al miedo, pero será una expresión lúdica, no la terrible cotidianeidad actual.
MUERTE:-Uno de los múltiples estados de transformación de la energía, concretamente, uno de los momentos de transición de la energía vital.
En algunas sociedades humanas se identifica con el final de todo, en otras con el principio de todo y en otras, las más antiguas, como un estado más.
Es llamativa la obsesión del ser humano por separar los conceptos de muerte y de vida, a pesar de haber comprobado por si mismo que se trata de un proceso continuo: cada ocho años son renovadas todas las células de un cuerpo, salvo algunas neuronas.
No menos llamativo es el empeño de muchos individuos por hablar, discutir, debatir e incluso agredir por imponer su punto de vista sobre este punto, siempre unido a un concepto religioso mediante las cadenas de la fe, sin caer en la cuenta de que está condenado a saber la solución del supuesto misterio.
Otras curiosidades para morirse de risa:
1- Personas que se dicen creyentes en una vida postmortem eterna y mejor lloran desconsoladamente la muerte de un ser querido.
2-La Peste Negra, matando a más de un tercio de la población europea, provocó un cambio social sin precedentes y sentó las bases para que los europeos se extendieran como una peste por todo el mundo, conquistándolo, esquilmándolo, aunque, eso sí, enseñando a tantos pueblos primitivos a usar y disfrutar de la chispa de la vida.
3-En muchas culturas se les ofrecen alimentos a los difuntos a pesar de la evidencia recurrente de que todos ellos practican una obstinada huelga de hambre.
SUPERIOR:- Véase INFERIOR, que se encuentra arriba.
VIDA:- Véase MUERTE.
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BREVE
Nació, vivió y murió, nada más. Bueno, de paso,
como cualquier ser vivo, transformó todo el universo en cada una de sus
dimensiones, pero eso nunca llegó a sospecharlo siquiera, tal vez por eso apenas
fue feliz, mientras se creía insignificante en su grandeza, a pesar de ser
grandioso en su insignificancia . . .
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NO TAN BREVE
Como suele suceder, se conocieron casualmente; como casi siempre, se enamoraron ; como casi siempre, tuvieron hijos; vivieron como nunca, pues única es cada existencia, y murieron como siempre.
Sus hijos, la siguiente generación, a cada una de sus parejas, como suele suceder, las conocieron casualmente; como casi siempre, se enamoraron; como casi siempre, tuvieron hijos; vivieron como nunca, pues única es cada existencia, y murieron como siempre.
Sus hijos, la siguiente generación, a cada una de sus parejas, como suele suceder,
las conocieron casualmente . . .
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PUNTUALIDAD: No puedo creer que un minuto dure tanto.
El Padre Alberto era un dechado de virtudes: amable, católico intachable, siempre observador del más mínimo detalle que pudiera afectar a los chicos internos, tenía, si se pueden llamar así, un par de pequeños defectos: una obsesión compulsiva por la puntualidad y cierta tendencia al manoseo de cuerpos de jóvenes adolescentes, "la obra más hermosa de Dios", según sus propias palabras al observar la reproducción del David de Miguel Angel que ilustraba sus clases de arte.
El Padre Alberto nunca usaba la fuerza ni la coacción para conseguir sus fines, que no eran otros que, según sus palabras también, "llegar a ser la perfecta caricia de Dios", frase que susurraba insistentemente al oído de sus jóvenes víctimas mientras les sobaba o sodomizaba. Si algún chico de los elegidos, siempre un grupo de al menos cuatro o cinco, se resistía o se negaba, pasaba a formar parte de cierta lista negra que el sacerdote se encargaba de vigilar muy de cerca, pues según él, sólo cierta inclinación a rechazar a Dios podía explicar tal actitud.
Leo, con sus recién cumplidos catorce años, formaba parte de este grupo, a lo que había que sumar otro agravante: su interés por la ciencia y el racionalismo, fuente de todo mal. Pero Leo pagaba con gusto el precio de la persecución a cambio de no tener que acudir, como los demás del grupo de los elegidos, puntualmente a las diez y media de la noche, cuando ya todos dormían, a la sacristía, donde el Padre Alberto esperaba bajo el umbral de la puerta, la llegada del juguete de ese día que Dios, en su infinita sabiduría, había puesto una vez más en sus manos. Si el adolescente en cuestión se retrasaba sería recibido con un dolorosos tirón de orejas, mientras se le susurraba al oído" Soy la caricia de Dios, pero también puedo ser su látigo" Si era puntual tenía que soportar los finos labios del sacerdote recorriendo su cuello mientras repetía una y otra vez, entre babas: "Soy la caricia de Dios" …
Leo conocía todos estos detalles por Luisito, casi tres años menor que él y que un día se lo había confesado todo entre sollozos: "Ese cura hijo puta me ha hecho maricón, me ha hecho maricón . . . " De poco sirvió que Leo insistiera en que el que era un maricón y un cerdo era el cura, y que debería contárselo a sus padres. "Eso nunca, antes me mato, y si te chivas me mato también" Leo no se chivó, pero Luisito decidió un día de invierno tirarse desde la azotea del pulcro internado.
Todos fueron al entierro y pudieron ver al Padre Alberto consolando a los padres de Luis, a los que aseguraba que el niño, en su afán perfeccionista, había tomado esa decisión drástica por una pequeña bajada en las notas escolares. La madre lloraba desconsolada y el padre no levantaba la mirada del suelo. Leo, en el interior de su mente adolescente, tomó una decisión que, para llevar a cabo, necesitaría la perseverancia de un adulto que no era, pero que consiguió reunir para su propio asombro, pues su odio hacia el sacerdote pederasta no se aplacaba con el paso de los días, sino que aumentaba.
Casi tres meses después encontró cuanto había buscado al observar el antiguo y pesado reloj que colgaba sobre la puerta de la sacristía y comenzó sus cálculos: peso, resistencia de los materiales, gravedad, temperatura, etc., etc. Hizo una réplica del gancho que sostenía al reloj con la masilla que usaban para pegar los posters y estampitas en las paredes, un material que, al calentarse, se volvía flexible y disminuía su resistencia. Los encuentros del Padre Alberto con sus jóvenes víctimas se habían interrumpido sólo durante la semana siguiente a la muerte de Luisito, para reanudarse luego con la rutina y puntualidad habituales.
El próximo viernes sería el día, decidió Leo: orientó el aparato de aire acondicionado, que el cura ponía al máximo para hacer confortables esos momentos para él de placer y lo dirigió hacia el gancho de masilla que había colocado para sujetar el reloj. Lo había calculado todo . . .
Cuando aquella noche Rafa, uno de los últimos llegados al centro y uno de los más jóvenes, se dirigía cabizbajo hacia la sacristía, Leo le observaba desde su cama del dormitorio comunal mientras pensaba para si: "Tú serás su última víctima, chaval", mientras miraba impaciente su reloj luminoso bajo las sábanas. A las diez y veintinueve minutos y treinta segundos, se decía: "No puedo creer que un minuto dure tanto . . . ", pues el tiempo, bajo la presión de lo inminente, parecía haberse detenido. Pero el retraso, en realidad, fue de sólo dos segundos y a las veintidós horas, treinta minutos y dos segundos, el pesado reloj se desplomó sobre la incipiente calva del Padre Alberto, que esperaba bajo el umbral de la puerta de la sacristía la llegada de su objeto de placer.
El ruido fue menos de lo que Leo había calculado, pues las volutas de madera tallada de la parte inferior del reloj se clavaron en el cráneo, en vez de rebotar. Más ruidosos fueron los gritos y llantos del niño que, al abrir la puerta de la sacristía, con tres segundos de retraso, se había encontrado el tragicómico espectáculo del Padre Alberto con su pene fuera del pantalón y el reloj de cuco clavado en su cráneo. Leo acudió corriendo de los primeros y un pequeño grupo de cinco estudiantes pudieron disfrutar del dudoso espectáculo de asistir a la puntual agonía, entre estertores y gemidos, de quien se decía la caricia de Dios.
Cuando ya resultó evidente que no había vuelta atrás ni posibilidad de que sobreviviera y ya se oían desde el fondo de la capilla los pasos de los otros sacerdotes, Leo, recordando que el oído es el último sentido que se pierde al morir, se arrodilló ante el cuerpo todavía levemente convulso, acercó sus labios al oído y susurro: "Esto de parte de Luisito, hijo puta. Yo soy el cronómetro de Dios".
La policía encontró varios puntos turbios en toda aquella historia, pero ninguna prueba material que implicara a alguien, o un sospechoso siquiera, y la oportuna actuación del obispado consiguió que se echara tierra sobre el asunto al tiempo que sobre el cadáver de la víctima-verdugo. Tanto policías como jueces concluyeron que, aunque hubiera habido una mano detrás de todo aquello, se había hecho justicia.
Treinta y siete años después, Leo, ya un profesor de física cincuentón, conseguiría el premio Nobel por sus estudios sobre el tiempo.
En su discurso en Estocolmo, hizo una dedicatoria un tanto enigmática para los asistentes, que sólo comprendió su compañera, que asistía, con lágrimas en los ojos, a la ceremonia:
"Quisiera dedicar este premio a las personas más
importantes en mi vida: mis padres, mi compañera y mi difunto amigo Luis, con la
seguridad de que asistirá a esta cita con la misma extrema puntualidad con que
yo le recuerdo cada día a las veintidós horas, treinta minutos y dos segundos".
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AYUDADME
Ayudadme, ruega el necesitado sin obtener más respuesta que el eco de su voz.
Ayudadme, exige quien, ciego ante el clamor del más necesitado, sólo tiene ojos para su propia necesidad.
Ayudadme grita quien todo lo da, porque en la gratitud ajena alimenta su ser.
Ayudadme, gritó quien nunca a nadie ayudaba, pero alguien le ayudó.
Ayudadme, solicita al grupo quien necesita el refugio gregario y el grupo siempre responde: nuestra grandeza y nuestra miseria en un sólo acto.
Ayudadme dice el ateo a la ciencia y el creyente a su fe, y ambos encuentran consuelo semejante.
Ayudadme, grita cualquier dios, aturdido por el resultado de su obra.
Ayudadme, oí resonar en una bóveda de ideas, y resulté ser yo mismo solicitando aquello a lo que todos deberíamos tener derecho: una mano amiga.
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WALL STREET
Tan sincero en sus mentiras, en plena adolescencia evolutiva, creó el ser humano, para culto propio, en una de las capitales de uno de los imperios, un muro que le cercara y quiso el azar que se llamara Calle del Muro el lugar.
Y quien más quien menos, todos deambularon bajo el hechizo del muro, hasta un buen día en que, siendo tantos y habiendo levantado tantos muros, ya nadie acertó a distinguir quien estaba dentro o fuera.
Y así, ya agotados, con los escombros de los muros empezaron a construir puentes.
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LAS PALABRAS SECUESTRADAS
El Miedo, tan cobarde como arrogante y astuto, lideraba la horda de palabras violentas y enajenadas que iban arrasando, una tras otra, todas las aldeas habitadas por los diferentes idiomas que hasta entonces habían convivido en armonía.
Tomad la lista, que no escape ni una: Ilusión, Libertad, Curiosidad, Empatía, Amistad, Convivencia . . . y, sobre todo, que no escape el cabecilla, un tal Amor. Los quiero a todos muertos y olvidados o prisioneros antes de que acabe el día.
Miedo observaba desde lo alto de una colina como eran arrasadas una a una las aldeas, como ardían las innumerables casas de las palabras, mientras comentaba indiferente a Envidia, una de sus amantes, lo grandioso de su obra, el bien que hacían poniendo orden en esas palabras rebeldes que durante siglos se habían negado a servir al poder instituido por Miedo, buen hijo de Hipocresía y nieto de Debilidad, pero incapaz de atraer a Consecuencia y a Igualdad, sus amores platónicos secretos, a las que tanto hubiera deseado poseer.
Envidia disfrutaba viendo la destrucción de cuanto nunca alcanzaría a tener ni compartir. Soberbia sonreía, imaginando el sufrimiento de Libertad y Modestia, sus siempre odiadas enemigas. A Cobardía le brillaban los ojos observando la enorme llanura donde, al morir cada palabra, se elevaban al cielo las letras que la componían simulando volutas de humo.
Desde su cueva, el Silencio Creador, notaba el palpitar de su hermano gemelo y vecino, el Silencio Destructor, fiel servidor del Miedo. Sabía que algo grave estaba sucediendo.
La abuela Magia no pudo resistir tanto dolor, murió observando como Integrismo, Fanatismo e Ignorancia saqueaban sus baúles y pretendían con ello robar su sabiduría. Sólo la consoló, en su último momento, ver a su nieta Ciencia ponerse a salvo con su madre Razón, huyendo ambas a lomos de Pensamiento, el caballo de Abstracción, su otra abuela.
Tras el ataque, dirigido personalmente por la hija mayor de Miedo, la insaciable y estúpida Ira, vino el reparto del botín:
Libertad, Ilusión y Curiosidad fueron, junto con tantas otras palabras hasta entonces libres, cargadas de cadenas y desde entonces, secuestradas y esclavas, arrastran una triste existencia entre sus captores. Alguna ya comienza a padecer el síndrome de Estocolmo.
Otras fueron llevadas a los burdeles administrados por Egoísmo, un hijo bastardo de Miedo. Allí acabaron Poesía, Política y Democracia entre otras y allí el ingenuo e inocente Paraíso acabó transformándose en paraíso fiscal.
Lógica, Alegría y Anarquía, en compañía de Placer, Solidaridad, Sexo y Hedonismo entre otras, huyeron al monte, resistiéndose al nuevo orden, y desde entonces fueron llamadas bandoleras, criminales y proscritos indeseables. Allí se reunieron días después con otro fugitivo, Amor y su inseparable amigo Respeto. Aún siguen su lucha.
Mientras, desde la más alta de las colinas que rodeaban los reinos de las palabras, el imprevisible y siempre bienhumorado abuelo Azar sonreía enigmáticamente.
De la violación de la hermosa Empatía por Miedo, creía éste que habría de nacer su heredero, una princesa a la que pensaba llamar Tiranía. Nunca llegó a sospechar que el fruto que Empatía llevaba en su vientre desde días antes era una niña hija del compañero de Empatía, el rebelde, sabio y tierno Amor.
Miedo sintió miedo de no conceder a Empatía, que habría de criar a la que creía su heredera, su única petición: poder elegir el nombre de su hija y, tras sopesar los pros y los contras, lo consintió.
Empatía llamó a su recién nacida hija, que algún día habría de gobernar sobre todos los reinos del Miedo, como había acordado llamarla con su eterno compañero de juegos y padre de la niña: la llamó Esperanza.
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ANÉCDOTAS
Toda anécdota es una lección vital, para aprender de ellas sólo es necesaria la condición previa de que nos hayan enseñado a cuestionar, mirar y, sobre todo, pasando por encima de nuestro ego, dudar de nuestras certezas.
Siempre he dicho que, si tenemos la modestia suficiente para saber aprovechar la lección, los perros nos enseñan ética y los gatos estética. Pero circunstancialmente nos pueden enseñar mucho más:
Hace años, al poco tiempo de llegar por primera vez a Japón, observé que la mayoría de los gatos de aquellas tierras no tenían rabo, o mejor dicho, tenían un pequeño apéndice romo como si les hubiera sido amputado. A partir de esa simple observación fui creando toda una teoría en mi interior sobre la relación de los japoneses con los gatos: "Es lógico que los odien, pensé, un animal tan sumamente individualista no debe ser bien aceptado en una sociedad con un sentimiento gregario tan marcado, auténticos comunistas naturales". Y así, cada vez que me cruzaba con un gato rabicorto por la calle o en un jardín de cualquier templo de Kamakura, la ciudad de los mil templos, donde vivía, iba reafirmando mi teoría.
Pero al mismo tiempo, según transcurrían las semanas, no había sido testigo de ningún gesto de maltrato hacia los gatos y, de hecho, hacia ningún otro animal. Los niños japoneses, como en casi cualquier parte del mundo, se detenían a acariciar a los gatos que se cruzaban en su camino a la ida o vuelta de la escuela, llamándoles cariñosamente "kawai nekochan", "gatito bonito", compartiendo con ellos, en ocasiones, parte de la comida que llevaban para el recreo escolar.
Al cabo del tiempo se me ocurrió casualmente en una charla comentar lo que para mi era una evidencia contradictoria: un pueblo que respetaba a los animales pero les amputaba el rabo sistemáticamente y me comentaron, con una sonrisa condescendiente, que nadie cortaba el rabo a los gatos en Japón, sino que esos gatos eran de una raza así por naturaleza.
En los días siguiente empecé a repasar todas las conclusiones que había sacado hasta entonces sobre la recién conocida cultura, ¿cuántos errores habría cometido en mis análisis sólo por no cotejar la información, por no preguntar, por no compartir cuanto sabía o creía saber? ¿Cuántas veces juzgamos las relaciones dentro de una familia, las relaciones de pareja, las de compañeros de trabajo o las relaciones humanas en general, sin comprobar datos o, al menos, preguntar y escuchar a todas las partes implicadas?
Pero los gatos, esos animales de los que se dice en Oriente que fueron creados para que el ser humano pudiera disfrutar del placer de acariciar un tigre, aún habrían de darme otra lección magistral:
El primer invierno que pasé en Japón fue un invierno especialmente duro, nevando en lugares donde no solía hacerlo. Tuve que pasar varias semanas encerrado en casa, un pequeño y tradicional apartamento japonés, aquejado de una fuerte conjuntivitis. El salón en el que me sentaba sobre el tatami largas tardes, escribiendo casi a ciegas ante la imposibilidad de leer, tenía un ventanal que daba a un descuidado pero hermoso jardín japonés, entonces completamente cubierto de blanco. Cada dos o tres días aparecían sobre el cristal del ventanal que daba al jardín una extraña mancha amarillenta que, tras mucho pensar, decidí que debía de tratarse de algún vecino incómodo con la presencia de un gaijin (extranjero) que venía a interrumpir, intencionadamente o no, la armonía que reinaba en el vecindario y que él como bárbaro que era, no podía comprender ni, por tanto, compartir. No le dí mucha importancia, pero empecé a observar con cierta desconfianza a los diferentes vecinos haciendo cábalas sobre cual de ellos sería el elemento que tanto me odiaba.
Un buen día, mientras me encontraba meditando a fin de intentar vencer la frustración y la angustia a que mi ceguera transitoria estaba dando lugar, una sombra cruzó mi mente rompiendo inesperadamente todo equilibrio y casi obligándome a mirar en dirección al ventanal, situado a mi derecha, hasta sentí que algo empujaba levemente mi cabeza desde la mejilla izquierda.
Al tiempo que me giraba abrí lentamente los ojos para encontrarme justo enfrente con la mirada de un enorme gato blanco, éste con rabo, que tras mantener su mirada clavada en mis ojos durante varios segundos, recorrió indiferente el muro situado a menos de un metro de la ventana y, girándose de espaldas, emitió un potente chorro de orina sobre el cristal. El animal, sin duda uno de los líderes felinos del barrio, marcaba así su territorio, y estoy seguro que lo hubiera hecho igual aunque al otro lado del ventanal hubiera visto al mismo Emperador de Japón. Se alejó parsimoniosamente y no volví a verlo hasta días más tarde, cuando le sorprendí comiendo los trozos de comida que, en agradecimiento, yo mismo había dejado sobre el muro.
Otra vez temblaron mis certezas, otra vez descubrí a mi mente engañándose a si misma, pero en esta ocasión disfruté del privilegio de tener días, los que duró mi convalecencia, para meditar sobre ello. Así empecé a respetar las palabras que fluyen libres y sinceras entre las personas; a evitar o apartarme de quien las usa como un arma o un traje de camuflaje de sus miedos; a comprender, en definitiva, que sólo la palabra diáfana nos hace humanos. Por eso en ocasiones hago incómodas e inesperadas preguntas directas a cualquier persona sobre un acto suyo antes de encerrar las palabras con que he catalogado sus actos en la obscura biblioteca de mi memoria donde la carcoma de los prejuicios destruyen cuanto no hemos sabido proteger y cuidar de las palabras que más o menos amistosamente, nos regalamos unos a otros cada día.
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EL DILUVIO: Macromundo y micromundo
Parecía una tormenta de tantas, precedida, como la mayoría, de los ruidos y detonaciones propias de un gran aguacero.
Al principio la tierra, sedienta, absorbía el líquido como una esponja, pero luego, ya saturada, comenzó la catástrofe. Todos corríamos desesperados, unos a recoger alimentos y transportarlos a un lugar seco y seguro, pues sobrevivir a la catástrofe para perecer de hambre significaría alargar inútilmente la agonía.
Otros tuvieron un comportamiento heroico al intentar rescatar del hospital infantil el mayor número posible de recién nacidos. La mayoría no sabía qué hacer, desesperados después de comprobar que era algún tipo de lluvia ácida, pues no era agua lo que esa enorme sombra del cielo arrojaba sobre miles de nosotros.
Los caminos eran ríos y las plazas lagos desbordados. Los cuerpos flotaban sobre la corriente como hojas de un otoño macabro.
El espectáculo era dantesco: unos suplicaban al dios de dioses, al que creían responsable de cuanto ocurría; otros, con la mirada perdida, esperaban resignados la muerte.
“Dani, apártate de ahí, que te van a
picar, y lávate las manos para comer”
“Voy, mamá”, contestó el niño, mientras observaba como las últimas gotas de su orina caían sobre el inundado hormiguero.
“Mamá, ¿las hormigas saben nadar . . .?”
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LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN
“Dudo de todo, menos de las mentiras en las que creo”. (Peter Trainin)
“Decimos a menudo que no creemos en aquello que no vemos, pero creemos en muchas cosas que ni vemos, ni comprendemos, ni acertamos a imaginar siquiera. Por creer, creemos incluso que creer es algo más que un ejercicio de fantasía desbordada”. (Nekovidal)
Nos empujan y condenan a un juego que nunca elegimos,
y hacemos germinar una a una las estériles fantasías
que sembraron desde la cuna en nosotros.
Recorremos incautos el camino obviando tercos el final,
tenue e irresoluto como el fugaz aleteo de una sombra,
inestable y pasajero como una promesa juvenil.
A cada paso, seguros de cuanto creemos haber desentrañado,
firmes y obcecados en miedos de trincheras obscuras,
siempre aterrorizados ante la mera idea de dudar.
Paso a paso, día a día, caemos en la trampa de añorar el pasado,
en la excusa de forjar un futuro, en la absurda fe necesaria,
tan crueles en nuestra insospechada e inocente estupidez.
Y un buen día, un día cualquiera,
un día tan gris como cegadoramente luminoso,
te ves con un cansado ojo entreabierto en tu ceguera,
con apenas un puñado de respuestas ante una montaña de preguntas,
con más equipaje del que quisieras y menos viaje por delante para derrochar.
Y te preguntas si hubo un sólo momento, un instante tan sólo,
en que esa ficción que llamamos realidad no haya superado,
con creces, a esa realidad a la que llamamos ficción.
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APRENDIZ DE MALO
“Los hombres, para hacer el mal, deben primero creer que lo que hacen es bueno” (Alexander Solzhenitsyn).
¿Es malo quien desea lo que no tiene porque no puede tener lo que desea y sólo sabe desear?
¿Es malo quien husmea en las vidas ajenas porque encuentra vacía la propia?
¿Es malo quien abriga una idea pero es incapaz de transformarla en hechos en su vida cotidiana?
¿Es malo quien mata en nombre de una idea que cree justa, convencido de estar construyendo un mundo mejor? ¿Es malo quien mata a quien mata, convencido de estar construyendo un mundo mejor?
¿Es malo quien odia sin saberlo porque ya no sabe buscar ni imaginar siquiera otro camino para su vida?
¿Es malo quien finge amar o respetar porque sólo puede fingir, incapaz de reproducir un esquema que nunca ha ejercitado ni hecho suyo?
Es mal@ quien odia o teme a la mitad de sus semejantes, los de sexo complementario que no contrario, porque ha reducido a la humanidad al pequeño círculo de sus experiencias, que el azar le regaló negativas?
¿Es malo quien cree que la maldad forma parte de la naturaleza humana?
¿Es malo aquel a quien los golpes de la vida robaron su ética natural y ni lo sospecha?
¿Es malo quien provoca dolor sin intención?¿Es malo quien provoca placer sin intención?
¿Es malo quien pregunta, quien no pregunta, quien responde o quien no responde?
¿Es malo quien tiene miedo a conocerse?
¿Es malo quien se cree malo?
¿Aprendices de malos? Yo diría sólo malos aprendices.
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LA SEMANA QUE VIENE
“La felicidad es una sombra de la armonía, sigue a la armonía. No hay otra manera de ser feliz”. (Osho)
¿Será la semana que viene cuando claudiquemos ante la evidencia de que jugar, crear y vivir son sinónimos y el resto una de las tantas farsas que nos requieren nuestros miedos?
¿Será dentro de seis días cuando comprendamos que nada somos los unos sin los otros y que compartir no es bondad sino pragmática inteligencia?
¿Será dentro de cinco días cuando empecemos a desprendernos de los miedos y a convivir con la incertidumbre con el único consuelo de la curiosidad y el saber?
¿Será dentro de cuatro días cuando empecemos a sospechar que todo puede ser más simple de lo que parece tanto como parecer más simple de lo que es?
¿Será dentro de tres días cuando comprendamos que las palabras sin hechos son tristes pájaros disecados y los hechos sin palabras poesía desperdiciada?
¿Será pasado mañana cuando volvamos a crear otros dioses con otros materiales y creamos por ello que no son dioses?
¿Será mañana cuando aprendamos a saborear sin miedo la constante paradoja que es la vida?
¿Será hoy cuando veamos que somos tan sólo el hoy y lo que decidamos hacer con él?
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BATALLITAS
“La conciencia puede convertirse en egocentrismo en cualquier momento, y en el instante en que la conciencia se vuelve egocentrismo, lo que iba a ser gozo se torna maldición” (Osho)
No son batallas ni batallitas, sino cruentas guerras interiores que uno consigue, al cabo de los años, como mucho, otear desde una colina. Desde allí te ves a ti mismo luchando contra ti mismo, sin poder hacer más que cuestionar al tercer observador, que no es otro que uno mismo.
Y cuando al cabo llega el silencio, siempre queda la duda de si realmente ha terminado la batalla o es que has muerto y ni lo sospechas.
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LA LIEBRE Y LA TORTUGA
Tras aquella primera derrota, por todos conocida, en que la tortuga ganó a la liebre porque ésta, confiada en sus facultades, se permitió una siesta en medio de la carrera, la liebre tuvo que decidir, como todos a cada momento, si aprender o no cuanto la vida le había enseñado, en este caso en forma de derrota.
Observó a la tortuga: lenta, pesada, cuerpo y pensamiento espeso, y encolerizada, intentó morderla, pero la tortuga se refugió en su caparazón hasta que la liebre terminó cansada y con sus dientes doloridos... ¿qué hacer?
Tras la rabieta inicial decidió imitar a la tortuga y, partiendo un coco enorme por la mitad se lo ató a la espalda con unas tiras de esparto: "Ahora soy invencible", pensó.
La tortuga, por su parte, consciente de que su victoria había sido fruto más del azar y de la estupidez de la liebre que de sus propios méritos, también decidió imitar a su adversario: cada mañana se levantaba temprano y, tras ingerir todos los frutos dulces a su alcance y permanecer un rato al sol, se lanzaba a entrenarse frenéticamente, llegando a duplicar su velocidad, pero quedando aún muy lejos de la de la liebre.
En esto andaban ambos animales, cada cual con su obsesión por superar al otro cuando, una mañana de otoño, apareció un zorro hambriento. Viendo a la liebre se lanzó hacia ella que, confiando en su nuevo caparazón, se creía invulnerable y apenas se molestó en salir corriendo, lo cual, por otra parte, no era fácil con la pesada e incómoda armadura. Sólo el azar hizo que el primer mordisco del zorro fuera en las correas de esparto, dando así, sin querer, una oportunidad de huir a la liebre, ya desengañada de su absurda estrategia.
No mucho más inteligente fue la reacción de la tortuga que, creyéndose veloz, se limitaba a intentar escapar sin refugiarse en su seguro caparazón. El primer mordisco del zorro la despertó de su sueño y optó, para sobrevivir, por su sistema de defensa habitual.
Maltrechos estaban los ya exadversarios mientras reflexionaban sobre los errores cometidos, y la agilidad mental de uno y la parsimoniosa sensatez del otro fueron suficientes para hacerles comprender que, si en vez de tratar de poseer virtudes y cualidades que la naturaleza no les había dado, unieran los esfuerzos aprovechando las que ya poseían, ambos tendrían más posibilidades se vivir más y mejor.
De esta forma, cuando unas semanas después, volvió el zorro por aquellos parajes, más hambriento si cabe que en la ocasión anterior, la liebre comenzó a huir, pero no en dirección a su madriguera, demasiado alejada, sino hacia donde se encontraba la ya amiga tortuga. Ésta, viéndola llegar, se parapetó completamente en su caparazón, dejando fuera sólo una pata con la que, haciendo palanca, abría una pequeña abertura por la que se coló la liebre bajo ella para refugiarse en una improvisada madriguera. El zorro intentó inútilmente morder el caparazón de la tortuga, lo que no pudo, y darle la vuelta, la única forma de hacerla vulnerable, que tampoco consiguió pues la liebre empujaba con todas sus fuerzas hacia abajo.
Y así sobrevivieron sin ser pareja de hecho ni de derecho, pero siendo amigos de pecho contra pecho ...
Claro que, tanto la liebre como la tortuga poseían una cualidad muy alejada de la naturaleza humana y que tienen todos los seres vivos, esos a los que llamamos irracionales: la facultad de aprender de sus errores.
Ellos saben, sin saber, que todos llevamos un zorro dentro al que alimentamos cuando creemos ser lo que no somos, sin importar quien somos y quien creemos ser.
El gran problema de los seres racionales de este planeta es que aún no son lo suficientemente racionales como para aprender dejando de lado su orgullo, aprender en vez de empeñarse en mostrar lo que saben o creen que saben o creen que son, aprender incluso de los seres a los que llaman irracionales.
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SÓLO FRACASA EL QUE LO INTENTA
Tres miradas:
Dice un proverbio árabe: “Quien quiere hacer algo encuentra un camino, quien no quiere, encuentra una disculpa”.
Quien lo intenta entra en el juego, acepta el reto de la vida, quien no, encerrado en sus miedos, cree no arriesgar nada, pero lo pierde todo, pues sus condenas finales no son mejores o peores que las de cualquiera de sus semejantes y acaba reduciendo su vida a una espera que, además, se niega a reconocer como tal.
Sólo fracasa quien lo intenta porque cree en el intento, en la voluntad, y fracasa especialmente si cree única y obsesivamente en la voluntad como panacea.
Resumiendo, si lo intentas, malo, y si no lo intentas, peor, así que habrá que buscar, en esto también, la sinfonía del equilibrio.
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SÓLO FRACASA EL QUE LO INTENTA
“Intentarlo, hijo mío, nunca es un fracaso”.
“Vale abuelo, no me lo cuente otra vez, que sí, que ustedes eran los buenos y los fachas los malos, pero ellos lo intentaron y ganaron y ustedes perdieron”.
“No, hijo, ellos no lo intentaron, ellos eran gente, como siempre ha habido, con miedo a todo lo nuevo, a las escuelas sin biblias, castigos ni crucifijos, a los trabajadores organizados defendiendo sus intereses, los de la mayoría que eran, a los derechos de la mujer, la mitad del mundo . . . Ellos siempre tienen miedo, y siempre habrá gente con miedo. Pelean, rompen, destruyen, pero sólo consiguen frenar un poco la historia, al final la vida sigue su curso”.
“¿Y de qué le ha servido toda esa lucha, abuelo, si esos cabrones le jodieron la vida, le mataron a su padre y a su hermano y le robaron lo poco que tenía?”
“Ha servido para que tú tengas todo los derechos por los que yo luché, aunque ni te des cuenta porque ya naciste con ellos regalados. Si tú supieras el gusto que da ver a los hijos y nietos de los fascistas hablando de derechos humanos, divorciándose pasando por encima de la religión que durante tantos años nos impusieron a la fuerza, recurriendo a la ley, por mala que sea, en vez de a las armas, y hasta manifestándose del brazo de los obispos . . . Si tú supieras, hijo, hay regalos que nunca creía que me daría la vida . . .”
“Al final, abuelo, va a ser verdad lo que decía su compadre de Toulouse, que ustedes eran los soldados derrotados de un ejército invencible.”
“Claro, hijo, al final, sólo fracasa el que no lo intenta, porque no hay peor fracaso que no intentarlo.”
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LOS EXPADRES
Todos los actos de La Casa de las Palabras tienen tres partes como tres estaciones: el encuentro, cuando vamos llegando los primeros al local, para abrir, para preparar las cosas, etc. donde surgen los primeros saludos, los primeros diálogos, a veces, las primeras risas; luego, alcanzado el número de personas y tiempo crítico necesario, crece la tertulia, la inauguración, la charla o conferencia, la vida; y por último, tras llegar a su apogeo el encuentro, del que cada uno ha dado y recibido algo, ha compartido inevitablemente y según su capacidad de compartir crecido y disfrutado, siempre hay un pequeño grupo que gusta de llegar al otoño de la comunicación, exprimiendo sin prisas las charlas, las ideas que hierven en el calor de la noche, el alcohol y la compañía.
En una de esas terceras partes nos encontramos hace unos días con Gabriel, el hijo de Haydeé, un chico, ya un hombre, con una inteligencia natural y una capacidad de conocer los mecanismos últimos de la naturaleza como pocas personas aprenden a hacer. Nos habla, entre ilusionado y preocupado de su reciente paternidad, del nuevo paso que él, su compañera Nasa y la pequeña Almendra han dado en sus caminos vitales. No puedo evitar verme a mi mismo hace años, como casi todos los padres, asombrado ante el nacimiento de mi primer hijo, uno de los tantos milagros cotidianos.
Nos cuenta luego el caso de un amigo peruano que una noche, en plena selva, y a pesar de llevar carne fresca para comer, carne que posiblemente habría que tirar por putrefacta en menos de un día, decide, por hacer una machada, salir a cazar. De nada le sirvió a Gabriel recordarle que había comida suficiente y que mejor cazar en los días siguientes, cuando fuera realmente necesario para alimentarse. Pero cuando más sordo es el ser humano es cuando sólo escucha sus emociones.
Su amigo se adentra en la selva y vuelve en apenas unos minutos: le ha mordido una serpiente venenosa. Están a cuatro horas de canoa río abajo del pueblo más cercano, pero además, sin canoa.
Van aplicando uno a uno todos lo trucos para sobrevivir en esos casos: extraer la sangre envenenada en lo posible, un torniquete no muy apretado para ganar algo de tiempo, un apósito de tabaco sobre la herida, etc. Unas horas después, el dolor es tan fuerte que sólo intentar poner una pierna desde el camastro al suelo le resulta insoportable. Ya amaneciendo, el paso casual de una barca por el río consigue salvarle la vida, ya en el límite del último límite.
Tanto Gabriel como su amigo son hombres que conocen la selva y artes y misterios que se tarda años en aprender, pero el amigo de Gabriel no había escuchado una recomendación que éste le había hecho reiteradamente en los últimos tiempos: “Tienes que hacer una ofrenda, un acto de agradecimiento y respeto a la selva, a la que estás golpeando mucho en los últimos tiempos, trabajas talando, amputando uno a uno sus brazos, sus manos, que son muchas, pero no infinitas. Tienes que dar gracias por lo que recibes y pedir perdón por el daño que haces”. Pero él, creyéndose hombre duro de la selva y conocedor de todos sus misterios, no le había escuchado.
Como bien dice Gabriel, en la selva, la víbora no te busca, eres tú el que va hacia ella según tu actitud ante la madre selva, el complejo conjunto de interacciones de la vida que la forman. Es un recorrido intuitivo, donde no caben el engaño, la trampa o el soborno: si odias, por mucho o muy bien que lo escondas, será eso lo que recibas, por mucho que retrases su llegada.
Si ese mecanismo lo impregna todo, en ningún sitio se manifiesta de forma tan evidente como en las selvas, esos puntos del planeta donde con más intensidad germina la vida.
Hace ya años que no creo en los papeles que, por costumbre, los humanos otorgamos a padres, madres, familiares, clanes o grupos cercanos y cerrados: creo que el respeto debe ganarse y el amor repartirse, o nada funciona. Pero esa mirada no me impide admitir ese tipo de relación con la selva, y con la naturaleza en general, como un buen ejemplo de maternidad, paternidad o plena amistad, de como la vida nos regala, sin pedir nada a cambio, salvo el respeto, todo lo necesario para sobrevivir y de cómo no duda en herirnos cuando faltamos a esa imprescindible condición de respeto.
Ahora, el amigo de Gabriel, ya
físicamente recuperado, tiene que elegir de que forma mirar el golpe recibido:
admitir que la madre selva y los animales que la forman no le atacaron, sino que
respondieron a su ataque, siendo espejo de su actitud, o encerrarse en más
agresividad, creer que con máquinas, armas e ira puede doblegarla y acabar
mirándola, con rencor, como a sus expadres.
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