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ENTRE LA SAL Y EL ESPARTO (PORTADA Y PÁGINAS 7-10)
VII
El color del cielo
retratado en sus ojos
con un celeste agua
lo hace noble.
Andariego reposado
sobre un mar de esparto
que murmura entre sus dedos
un alivio sencillo
cuando en las manos se trenza.
Hechas de jaras y brezos,
abiertas de par en par,
dos puertas grandes
para un solo abrazo.
Hay tanto en el tocino y el pan,
en la navaja de viejo puño,
en los mimbres de su voz
tan tosca y doblada
en aquellas tardes sin movimiento.
¡Aquellas tardes!
En un bolsillo de su chaqueta,
entre picadura de tabaco
y la rutina de su mundo,
puse la inocencia del tiempo.
X
En la mudez ciega de la noche
el crujido del agua, insistente,
mordía el cemento de las viejas pilas.
El corroído e hinchado tubo
no cerró jamás la boca
para el descanso del que duerme,
a más de cien metros
su gorjeo, en una y otra vez,
reescribía sonidos
en las horas del desvelo.
Algún que otro animal
le sobresalía en grito,
un zorro, un mochuelo, lechuzas
y doscientos demonios
entre la vejiga y el miedo,
otra noche inacabada
en la claridad que no llega;
los ronquidos que se empinan
para caer de golpe
no eran las defensas
a la largura del susto.
Sólo queda en el pensamiento
volver a empezar.
XIII
Puso frente a mí los caminos,
por cada raya
el valor y orden heráldico,
andar sobre las pisadas
copiando los pasos
y las pocas prisas
para llegar al mismo sitio,
justificar la falta a misa
en las acciones nobles,
y a los cabellos blancos
el respeto de la sabiduría.
Mostrar las manos claras
al hombre y a Dios,
como las aguas del barranco
que dan vida al huerto
y al verano la frescura
discurriendo por la tejera,
sencillas y calmadas
en aires benevolentes.