
Idelfonso Gómez Sánchez
La importancia personal
Pude nacer en Bélmez de la Moraleda, al pie de Sierra Mágina, pero no lo quiso así el destino, me anticipé a la fecha en que se me esperaba. Nací en JAÉN, en la clínica Los Siles, en la calle Arquitecto Verges, de forma prematura, así lo cuenta mi madre. “Eras casi un proyecto de aborto”, contaba mi padre, más de una vez con sorna. Mi infancia fue feliz. Los veranos los pasaba en Bélmez, con mis abuelos. Mis padres me mandaban cada verano en las pavas, bajo la mirada atenta del conductor, para el pueblo. Pensaban que el aire de aquellas sierras me abriría las ganas de comer e iría más lustroso a casa por otoño. Añoro aquellos tiempos y la ingenuidad con la que me entregaba a cada hecho cotidiano. El resto de mi vida, a lo largo del año transcurría, en Madrid. Allí prosperó mi familia, al igual que otros paisanos, en el apego de nuestras costumbres. Era la migración interior. El sobrevivir nos iba educando a todos al amparo de las oportunidades, que nos daba la capital y el desarraigo. Mi madre, sin lugar a dudas, es quien más lo sintió y siente.
Fui creciendo, entre caprichos y manías, y desarrollando facetas, que aún hoy me entretienen. Una de ellas, el gusto por la poesía. Mi padre era un amante de los viejos poetas, también del flamenco. Le recuerdo declamando poemas de Gabriel y Galán, de Rafael de León… muchas noches de sábado, en aquellas ligaás interminables, cuando se reunían en casa con paisanos amigos y sus familias. La alegría y la murria se daban cita. Salían a relucir la infancia de postguerra y las calamidades. En ese ambiente mi sensibilidad fue aportando algo a mi creatividad y carácter, que no sé definir y que está ahí.
Comencé a escribir, en un principio, por culpa de la escuela. Me encantaba realizar aquellos ejercicios de redacción que mandaba la señorita Inés Clavo. Luego, dado que era un chaval tímido, comencé a escribir a escondidas, pequeños poemas. El escribir me dio algunos problemas. Eso era perder el tiempo para mi padre, y al tiempo había que darle otro provecho, que pudiera revertir en un futuro. El leer, sin embargo, tenía su aprobación, pues favorecía capacidades y ayudaba a corregir las faltas de ortografía. Recuerdo mis primeras lecturas conscientes. “La Dama errante” de Pío Baroja. Me impactó. Fue la primera vez que una lectura me aproximó a la historia, entre sombras, y a la injusticia, que ésta deja patente. Luego fueron llegando Federico García Lorca y sus gitanos del romancero, Miguel Hernández y Antonio Machado de la mano de Serrat. Paco Ibañez, con la desnudez de su guitarra, desde el Olympia de Paris, me abrió nuevas puertas poéticas: Blas de Otero, Gabriel Celaya… “La poesía es un arma cargada de futuro”. Ser poeta no era ignominioso en algunos ambientes. Mi futuro lo tenía claro. Papá también, lo mejor era ser funcionario y luego, sí me quedaba tiempo y ganas, poeta.
La realidad va fraguando voluntades. Concursos poéticos, palabras de aliento de familiares y profesores, algún accésit, una placa… Terminando el B. U. P. tuve que dar clases extras de latín, pues no lo aprobaba. La esposa de un compañero de trabajo de mi padre se ofreció para ayudarme, Concepción Vázquez, poetisa y estupenda persona; me ayudó con Virgilio y sus hexámetros, y también en el ejercicio de vivir. Entre traducciones de latín fui dando a conocer a Concha mi afición por los versos, que ya conocía de antemano por mis padres, y que, sin embargo, yo ignoraba. Ella, por su parte, me mostro su afición por la poesía del renacimiento y los gin lemon con Gordon. Sí las clases se alargaban algún viernes, sugería que fuésemos a vivir poesía en directo. Recuerdo las noches de Los estribos, con Gabriel Celaya y Amparitxu, su compañera, y las del Café La Manuela, con Martín Ferrán. Concha era, para mí, Max Estrella y yo, Don Latino, buscando las luces de la bohemia.
Una noche Concha participaba en una de las Tertulias del Café Lion. Me llamó para que la acompañara. Era un jueves, a las diez y media, y al día siguiente había que ir a clase. “Bonico, vente. Intenta convencer a tu padre. Yo te llevo después a casa.” La tertulia del Lion, un Café con historia, un sueño. Ese jueves no fui, como hacía siempre, al Café del Barrio Salamanca a la tertulia de los amigos, en la que leíamos nuestros poemas. Aquella noche Concha Vázquez fue mi hada madrina de cuento.
En esa velada conocí la poesía profunda de Gloria Fuertes, mi “poeta de guardia”, la poesía teatralizada de Miguel Gámez Quintana y la poesía tan singular de Concepción Vázquez, mi Concha Max Estrella. Buenos consejos me dieron aquella noche, ante la sonrisa emocionada de Concha:”Para escribir hay que leer mucho y hay que escribir mucho. Hay que romper, enmarañar muchos papeles.”
Pasados unos días, una tarde voy con Carmina, hermana gemela de Concha y ésta, a casa de Gloria. Nos esperaba en su casa. Concha me pide que le lleve unos poemas a Gloria. Pocos días después me llama. “Tu poesía esta verde, pero tiene alma de almendra. Tiene que madurar.” Una imagen hermosa y tierna. Imagino a Gloria al otro lado del teléfono, esbozando esa sonrisa amable.
Mi poesía, poco a poco, va girando, se va encapotando tras un manto de pelusa, deja de ser canción, de ser panfleto… Comienzo a gestar un poema, que se rebela y me empuja a otros lenguajes.
Marita Bueno, profesora de francés que tuve en la Montesinos, organiza un viaje a Santo Domingo de la Calzada, durante un puente del día de Todos los Santos, junto con otros compañeros, orgullosa de su tierra no le quedó rincón que nos mostrara. Marita invita a unos cuantos alumnos y profesores a su casa, poco a poco surge una animada tertulia, entre Riojas y risas. Ese viaje y esa fecha despiertan una necesidad de expresar y me pongo a escribir, el poema que tenía entre manos va apaciguándose, NOVIEMBRE va tomando forma.
Concha me animó mucho en esa singladura. Estaba tan animada como yo por el proyecto. Desde Málaga, Gámez Quintana también, a través de aquellas cartas llenas de entusiasmo. En los boletines literarios, VIVENCIAS, que editaba LA CASA DEL POETA, comienzo a publicar mis poemas, Miguel era el artífice de mi sueño. Mantenemos una buena amistad, le mando lo que voy escribiendo. Por sorpresa Miguel me manda un paquete, en el me envía unos cuantos ejemplares de POR EL SUR, una obra colectiva de autores noveles andaluces, y un cartel anunciador de su presentación. Veo tres poemas míos, no podía creer que mis poemas estuvieran allí. Aparezco en tercer lugar. Nunca olvidaré aquel viaje en autobús para su presentación en el ATENEO DE MÁLAGA, un ocho de mayo, un día después del cumpleaños de mi madre. Recité casi al principio, me temblaba la voz y el alma… Bajo el sol un poema que animaba y que anima a vivir la profunda primavera, y que por cierto no estaba recogido en la antología.
Los soles también se eclipsan, se ponen tras el horizonte o los ocultan las nubes. Como cantaba German Copini y los Golpes Bajos, llegan “malos tiempos para la lírica”. Sin esperarlo mi padre muere, cuando los dos comenzamos a sabernos compatibles. Aquí comienza un periodo turbio. La muerte siempre deja sus efectos colaterales. Aunque nunca dejé de escribir, no dejé tampoco que nadie leyera lo que hacía.
La vida no se molestaba en dar su cara amable, no quedaba más remedio que afrontar con estoicismo los escollos, que tenía ante mí. Necesito escribir un Cuaderno de Bitácora. En un cajón duerme el sueño de los justos.
Surge la oportunidad de cambiar de trabajo, maestro funcionario interino al servicio de la Delegación de Educación, de la Junta de Andalucía. De un día para otro me veo en Granada, allí voy poniendo remedio a mis males, con ayuda de la familia de mi padre. Estoy fuera de lo que significa, en ese momento, Madrid. Una pátina gris se me adhiere en el ánimo, a pesar de la mágica luz que hay en Granada.
Granada se cierra en si misma, puedo captar su alma, pero no palparla. Son noches de ron pálido motrileño, en la Tertulia, de Tato, con Chati, mi tocayo. Comienza un continuo ir y venir a Madrid. Soy consciente de que necesito un cambio, veo que me hundo. Debo poner de nuevo el cuentakilómetros a cero. Es necesario ir haciendo las maletas.
Giro mi rumbo más al sur. Necesito del mar y del horizonte amplio que despliega. Málaga y la Axarquía me acogen. Visito a Gámez Quintana. Me anima a seguir con el proyecto de NOVIEMBRE, que tengo abandonado. Estoy enfrascado con otro poema EL ÁNGEL DEL DOLOR. Miguel me cuenta que está enfermo. Prometo ir a visitarle de nuevo, cuando venga de Madrid. Mi madre me necesita, mi familia hace aguas. No son capaces de asimilar tanto dolor. Mi tío, hermano pequeño de mi madre, se enfrenta al cáncer, no será capaz de vencerlo. Ahora descansa frente mi padre, separados por un paseo flanqueado de cipreses, a los pies de Mágina. Ese verano, mi familia en pleno se traslada a Bélmez. La casa de la playa permanece cerrada por ese año.
Por el mes de octubre voy a visitar a Miguel a su pueblo de Comares. Le atendía su hermana. El alma se me desangeló. Sabía que era la última vez que vería a Miguel. Por Navidad vuelvo como de costumbre a Madrid, es imposible contactar con Concha. Me acerco por su casa, no hay nadie. En la Bodega me entero que Carmina tiene un trastorno bipolar, está internada en un psiquiátrico y Concha se ha separado. Ya no vive allí.
Pasarán muchos años, hasta que me reconcilie con la escritura y con mi autoestima.
Una noche, en Nerja, me presentan a Ana y Fina, llevan un bar de tapas “Échate p’alla”, allí conoceré a Ana Campi y Haydée. Una noche de farra entre cantos de Karaoke, mientras llovía café en el campo y gin tónic, Erato, la musa de la lírica, se reconcilió conmigo.
Me animo, corrijo y voy ultimando NOVIEMBRE.
En este hito marco la andadura con LA AVENTURA DE ESCRIBIR, en Nerja, y sus actividades literarias, las colaboraciones en la revista Utopía Poética, con Enrique Zatara, durante los últimos nueve años, que publica la Diputación de Málaga, Los Encuentros provinciales de poesía de Málaga, que celebran en Torrox, ya van por el sexto encuentro, y algunos recitales poéticos por centros escolares.
NOVIEMBRE lo doy por terminado. Se lo muestro a Haydée, me anima a publicarlo en la colección de cuadernos literarios de LA AVENTURA DE ESCRIBIR. Haydée se pone manos a la obra y escribe un prologo, que me sobrecoge aún cuando lo leo. La presentación se hará un 9 de julio, día de San Audaz y San Abundio, entre amigos, ruido y calores. De esto hace ya casi cuatro años.
Comparto proyectos con amigos, “Artes libres. Net” con Antonio Nekovidal y “La casas de las palabras” con Ricardo Sanz.
Hace unos días he terminado de escribir un Poema RÁFAGAS DE LUZ que he mandado a varios certámenes y premios.
Ahora en este punto me contemplo sereno. Sé que quedan cosas por hacer, retos que cumplir. Con tiempo, unas cañas o unos vinos y buena conversación seguiré creciendo, al amparo de saberme vivo y querido.
Como Violeta Parra tengo que dar Gracias a la vida.
Las Obligaciones Conyugales
Como el pesado surco, que deja la carreta sobre el barro del camino, como la pisada lenta, que se asienta firme, hundiéndose en el mismo barro, rompiendo así la simetría, que imponen las ruedas suspendidas sobre el eje, que apareja la carreta; y marcada por la fuerza, que se impone desde el yugo, en ese constante tirar, que obliga a aguantar, por mucho que se tense la cuerda.
Dura tarea, que en ocasiones obliga a tragar los sudores del miedo y, en otras, a apretar el alma contra el pecho, cegando la luz de la cordura para seguir avanzando, a pesar de ese vértigo que la pierde, como antes se perdiera el amor. Y el verdugo se crece, sabiéndose fuerte. De la tradición ha heredado esa macana, que la evolución ha hecho invisible, pero que esgrime en su brazo, dominando así en ese juego, donde se conjuran costumbre y tradición, consentidores pervertidos de la sacrosanta obligación.