Figúrate si la cosa se cumple al pie de la letra. Menudo problema. Imagínate que después de haber escrito durante más de dos horas el texto de ficción fenece. Se contagia de un gafe y es utópico retenerlo. Lo que intentas plasmar en la pantalla emite pedorretas, hace un corte de manga y adios muy buenas. Yo no lo voy a consentir. Me coloco el salvavidas, que ya he ensayado paso a paso. No al chantaje. Y para que el incrédulo crea, no sé cómo venderlo, si al cuarenta por ciento de su precio originario, o además obsequiarle con un crucero a tierras vírgenes. Sí. La mejor defensa a veces falla. Sucedió sin hacer ruido. Me eligió de cobaya cebándose en mí. Ante notario certifico que no es verosímil sino verídico el suceso, que no me duelen prendas el confesarlo. Si lo miras en superficie igual no significa nada, pura bagatela. Mas si introduces la llave, el código del legajo percibirás la vendetta que te ha gastado, cuando al abrirlo se respira la negra noche, no aparecen páginas, guarismos, gestos, y el colmo de la venganza, bueno, la patada en el culo al trabajo elaborado, o acaso el desafecto de la máquina cuando lo vuelve del revés al situarlo en cualquier postura, y no acata kamasutras con la luna en el ombligo y el aire expectante en tarros de miel, ni boca arriba, boca abajo, supino, de costado, o haciendo el pino; lo grabado a sangre y fuego, pulsando tonos tecla a tecla, al son del corazón creativo, en pleno apogeo, en la parcela del piano, esa partitura literal, se destiñe, se agría tornándose ágrafa. Vaya gracia. Y si no quedase transparente la oscuridad obtusa de las palabras, verbigracia, que la cosa no guiñase, hasta tal punto que la casa de las palabras apareciera sin ocupas, deshauciada de párrafos, letras de cambio, ni un banco para sentarse a contar esa historia que ocurrió… p-s-s.
Todo voló. Sin blanca. Todo en blanco. Salió el texto pero no destetado. Sin texto. Eso. Un auténtico reality show por todo lo alto. Ejecutado de un vacío plumazo. Como si estuvieses escalando pétreos peldaños del Himalaya rumbo a la guillotina; aprieta sus dientes el dragón de la papelera, trinca los secretos del cuento de macabro escobazo, y se lo zampa.
La cosa no podía ser de otra manera, pensará alguien; si un currante empedernido, un soso Sísifo, que ejecuta su rutina diaria como todo el mundo, no nos engañemos, pero más si cabe en este apresado viraje con especial esmero. Dormir en traje de faena. Bombero las 24 horas. Preparado para la guerrilla de trincheras, acarreando enormes peñascos estresados porque el malandrín acecha y no dormita; por ello, para él es preciso velar, berrear o balar por la oveja perdida. Nunca mejor trazado. Se supone que no existe error, todo está bastante claro; pues resulta que “Yo es que trabajo, sabe usted, y no sé cuando libro”…le dices al bombón que el otro día te invitó a la presentación del libro en prosa que versa sobre el más allá, cosas en teoría de candente actualidad, esoterismo tertuliano, en la frívola nevera televisiva, con esperpénticos saltos de mata en mata, de famoseo en famoseo, de foro en foro, y se forran de lo lindo, entre lenguas de fuego quemados en la parrilla como San Lorenzo; vorágines de raudos alonsos del asfalto protegidos con el caparazón del alejamiento físico o la opacidad anónima, en que lo verdaderamente sustancioso es pasta, la pasta como metal acuñado en una amalgama de aleaciones intrínsecamente interesadas mediante consejas inconfesables, premios éticos de peso avasallador, y por supuesto menos de la divina Sofía, hecha y nutrida frugalmente de pura pasta, pata negra, desde sus prístinos balbuceos.
José Guerrero