Iba despacio, caminando por la acera en
aquella tarde de otoño.
El viento arremolinó un montón de hojas secas delante de ella.
De entre la espiral vegetal salió un sobre amarillento.
Se agachó y lo cogió.
La dirección del destinatario estaba borrosa, estropeada por la lluvia reciente.
No había remitente. Dudó si abrirlo allí o llevárselo a casa; optó por lo
segundo.
Al llegar, colgó el abrigo y se preparó una taza de té, con él en una mano y el
sobre en la otra, se sentó en un cómodo sillón. Luego lentamente abrió el sobre
y sacó un papel escrito en letra cursiva, perfecta, elegante. Por su caligrafía
parecía, a primera vista, de mujer, por un momento miró las letras sin leerlas,
no quería violar la correspondencia de nadie, aún cuando no los conociera.
Destinatario borrado.....sin remitente.
¿Qué hacer? ¿De qué serviría leerla? ¿Curiosidad malsana?¿ Deseo sano de
saber?¿Pero no tenía ella suficiente con su complicada vida?
Bebió el té a pequeños sorbos, indecisa, dudosa; pero ¿de qué pasta estaba hecha
que una simple carta anónima le alteraba su vida?
Se incorporó y fue a la cocina, metió la carta en el fregadero y seguidamente le
prendió fuego. Ya está, ya no existía, un problema menos...
Sin embargo aquel papel humedecido no llegó a encenderse totalmente
Y de un atisbo de curiosidad que le quedaba en el último rincón de de su subconsciente brotó un deseo incontrolable de escudriñar entre los restos ennegrecidos por el fuego y medio borrados por el agua.
Los cogió y los colocó con sumo cuidado, entregándose ya sin control aunque con un cierto nerviosismo adrenalínico , al vicio para ella, de la curiosidad.
Observó con atención y empezó a entender que no había solo un texto corto, medio ilegible ya, si no también un dibujo esquemático realizado a mano de una pirámide de base cuadrada. Y una fórmula matemática, para ella en principio, carente de sentido: 4 a = 2pi R.
Ella, que regresaba de Egipto después de asistir como ayudante en unas excavaciones que realizaban expertos arqueólogos en los alrededores de la gran pirámide de Kéops , aquello no podía pasarlo por alto.
Siempre quiso hacer una tesis sobre la gran pirámide, un estudio de campo y algo diferente de lo que ya se había hecho hasta el momento. Nunca creyó en las teorías de los arqueólogos clásicos que por ejemplo no sabían explicar fehacientemente por que no fue encontrada ninguna momia, ni rastro de ellas en las principales pirámides, así como que nunca fue probado: como, cuando, por que e incluso por quien fueron hechas.
Empezó a reunir en su recuerdo todo el conocimiento que había acumulado sobre estas impresionantes construcciones levantadas con millones de piedras de miles de kilos cada una y enfrentadas sus caras con una precisión matemática difícil de igualar, a los cuatro puntos cardinales.
Consiguió descifrar gran parte del texto gracias a sus habilidades en salvar y reconstruir vestigios del pasado.
Se leyó lo legible a sí misma en voz alta y después de reconsiderar el alcance de lo que allí estaba escrito, observándose en el espejo de la cómoda con cara de tonta exclamó: ¡Joder!
Juan Pérez de Siles