LO GRANDE Y LO PEQUEÑO

Ah Nils: ¿Quieres que subamos al Torcal?

Ah, venga vale.

Aparcamos el coche en un punto del carril desde el que nos era fácil llegar al tajo.

Una tarde espléndida con olor a tomillo, romero y otros olores a los que yo no sabría

Ponerles nombre.

“Todos los colores del verde” que cantara Raimón al Pais Vasco.

A nuestra espalda el imponente paso de Ventas de Zafarraya y delante, a tiro de piedra

El tajo del Torcal.

Nos aproximamos al borde cuando ya el Sol estaba cerca de su ocaso, Delante de

Nosotros hacia el poniente nos sorprendía el impresionante paisaje que desde allí se dominaba. Quedamos de pié por un rato anonadados por el espectáculo de aquella infinitud, líneas de montañas al contra luz entre las que se colaban los rayos anaranjados del Sol iluminando las colinas protuberantes del valle ya en sombra.

Intentamos balbucear los típicos comentarios que se hacen ante una visión semejante.

Pero entendimos que aquello no era para hablar y decir tonterías que pudieran enturbiar lo mas mínimo aquel inmenso instante. Quedamos en silencio.

Nos sentamos en sendas rocas, uno frente al otro y comenzamos a escudriñar el suelo que teníamos delante, bajo nuestros pies : palitos, piedrecillas, pequeñas plantas, una hormiga que cruzaba, y a comentar sobre lo que veíamos, sobre lo que dicen los científicos en cuanto a la vida, bla, bla, siu, siu.

De pronto nos miramos y rompimos en una carcajada de alegría contenida a dos pasos del llanto. Ambos los dos supimos en ése instante lo pequeños que éramos...

                                                  

                                   Juan Pérez de Siles