TEXTOS TERTULIA ENTRELÍNEAS
EDUARDO ALBENIA
EL CUBO
Muy recientemente, otro retornado había puesto una estación de FM y un canal de TV, que funcionaba solo 6 horas al día, emitiendo de acuerdo a sus gustos, música, películas y alguna documental.
Hasta hacía poco tiempo, ese era el horario en que el generador diesel de la isla suministraba servicio eléctrico, finalmente se había logrado tenerlo encendido todo el día, con o cual los refrigeradores eléctricos y otras mínimas comodidades modernas al fin pudieron ser parte de la austera vida local.
Para Charles era una oportunidad única de estudiar y documentar la vida, usos y tradiciones de una sociedad en extremo cerrada, acostumbrada desde siempre a vivir librada a sus propios recursos.
En la isla se criaban animales y de ellos se fabricaban embutidos famosos por su calidad. La esquila generaba una lana finísima, que manos expertas locales transformaban en prendas de la mejor calidad.
Todo allí era de una producción muy limitada, pero de reconocida hechura, sus ventas al continente generaban los pocos recursos necesarios para comprar los insumos que no se producían, trigo, medicamentos, herramientas y utensilios, y finalmente los primeros electrodomésticos que comenzaban a llegar.
Esto, junto con la pesca y otras artesanías, como zapatería, carpintería, etc., ocupaba la totalidad de la mano de disponible, no había desocupación, tampoco ricos, las diferencias en la cantidad y calidad de tierras no llegaba a determinar grandes separaciones sociales. Una sola escuela se encargada de borrar cualquier diferencia, ya que todos los niños concurrían a ella.
Para Charles todo era materia de investigación, hasta las aproximaciones de algunas solteras eran vistas no como una oportunidad de obtener sexo fácil, sino como parte de un experimento social hecho a la medida de su tesis.
La Guerra Fría, en pleno desarrollo, era parte del marco conceptual de su formación, aunque no tenía una posición tomada por ninguno de los dos bandos, Charles no podía dejar de intentar interpretar la realidad que se le presentaba, de forma tan pura, en términos marxistas, o con una óptica liberal, el análisis político de aquella realidad simplificada era un ejercicio por demás interesante.
Aquella mañana sería el comienzo de un cambio radical en las sencillas vidas isleñas, la madre de Charles lo despertó con una curiosa noticia, había llegado a la playa, un cubo de grandes dimensiones, abierto por una de sus caras, con su interior repleto de una extraordinaria variedad de productos, capaces de satisfacer cualquier necesidad.
No había nadie allí, unos carteles instruían sobre el funcionamiento del mismo que consistía en tomar lo que se requería y pagar con la moneda local en un sistema de cajeros automatizados.
Aunque Charles se había educado en una gran ciudad, no había conocido tal despliegue tecnológico, además era completamente injustificado que alguien hiciera tal inversión solo para vender en una pobre isla, por lo que desde su llegada, el Cubo, como rápidamente fue bautizado, provocó su curiosidad y hasta algo de desconfianza.
A eso se sumaba que la radio del continente no había informado de nada parecido, el barco había estado el día anterior y nadie mencionó nada similar, lo que llamó su atención sobremanera.
Poco a poco la gente fue comprando todo lo que necesitaba… y mas, los precios eran muy convenientes, sensiblemente menores a los de los productos equivalentes producidos localmente.
Charles no pudo evitar la tentación e hizo lo mismo. Aunque siguiendo las tradiciones locales era un comprador prudente, dos semanas después volvió por unas pocas cosas mas y descubrió para su sorpresa que los precios habían descendido notablemente, así que, aunque no necesitaba nada mas, hizo algunas compras extra.
Al mes, volvió al mágico lugar y ya no le sorprendió demasiado que los precios ya eran un regalo, tanto que gastó lo poco que le quedaba en algunos otros insumos vagamente necesarios.
Cuando llegó el barco se dio un fenómeno interesante. Nadie de la isla comentó a sus tripulantes del extraño Cubo, que no habían llegado a ver debido a que el puerto quedaba del otro lado de la isla.
Fue como un secreto colectivo, una actitud no concertada de guardar para si su tesoro privado. Sus tripulantes notaron que el pedido para el mes siguiente era casi nulo, pero eso no era demasiado raro viniendo de gente tan austera.
A esas alturas, Charles había comenzado a tener sospechas sobre el origen de ese extraño Cubo, la perfección de la manufactura, los precios que habían llegado a ser prácticamente nulos, aquello no tenía sentido, algo raro pasaba allí.
Por ese entonces, la radio local comenzó a transmitir en parte de su horario una música que Charles nunca antes había oído, a pesar de su formación universalista, con una lejana reminiscencia oriental.
Por accidente llegó a darse cuenta que por alguna razón que no llegaba a comprender, aquella música solo era oída por uno de los poblados y en algunos rincones solitarios de la isla.
En el otro poblado, la estación de TV comenzó a transmitir a la noche, progresivamente, entre los programas habituales, tandas de extrañas luces sicodélicas, acompañadas también de una cortina musical, solo que bastante disonante, que llegaron a ocupar mas de media hora al día.
Finalmente el tercer poblado tenía solo la radio y TV habituales. Como parte de su estudio, Charles pasaba parte de su tiempo en una y otra población, tomado notas, era casi la única persona que se movía constantemente de un poblado al otro.
Charles conocía muy bien a todos, nacido allí, sabía perfectamente los puntos que calzaba cada uno, así que no pasó por alto que su vecino inmediato, un golpeador conocido, había comenzado a comportarse muy tranquilo, demasiado para ser normal. Sus padres también cambiaron notoriamente su actitud, dejaron de reprocharle su soltería, mostrándose aún mas solícitos que lo habitual. Las sonrisas comenzaron a ser la norma, pocos se apartaban de ese comportamiento.
En el otro poblado en cambio, se había producido el primer asesinato en décadas, un zapatero furioso, sin un céntimo, producto de sus compras compulsivas y no vender nada, había terminado con la vida de unos de los tres panaderos locales, que se negó a darle por nada una de las pocas cosas que el Cubo no proveía…, pan.
La cárcel local, históricamente vacía, comenzaba a poblarse por parroquianos violentos, que por nada llegaban a los golpes. Una de las chicas lugareñas, que no habiendo querido ser artesana prefirió vender sus favores sexuales, fue la segunda víctima mortal, al negarse a dar sus servicios por nada.
El tercer poblado sufría también las consecuencias de la falta de dinero, que impedía pagar los pocos servicios personales que el Cubo no proveía, pero como imponía la vieja tradición ecléctica del lugar, la sangre no llegaba al mar, se aguantaban estoicamente, sin decir palabra.
Las transmisiones cambiaron varias veces de tono, intensidad y duración, dirigiéndose alternativamente a uno y otro poblado, algo que no llamó la atención de los pobladores, pero si la de Charles, que llegó a sospechar que el cambio de comportamiento tenía relación con aquellas transmisiones, al punto que prefirió abstenerse de escucharlas.
Para Charles era claro que la bonaza material que los bajos precios del Cubo traía, estaba destruyendo el entramado social, sus consecuencias eran visibles por todas partes y en prácticamente todos los aspectos de la sencilla vida local.
La pérdida del valor del trabajo trajo consigo un menoscabo de la dignidad, la holgazanería se había instalado demasiado fácilmente, ya nadie quería trabajar, no tenía sentido hacerlo, el Cubo proveía casi todo sin esfuerzo.
Un buen día, antes del tercer retorno del barco del continente, así como había llegado, el misterioso Cubo desapareció, simplemente al llegar la mañana ya no estaba.
Mucho pobladores, tal vez la mayoría, sintieron un profundo alivio, la sensación de sentirse inútiles los estaba afectando, se olía en el ambiente un cierto malhumor, que contrastaba con la supuesta felicidad instantánea que el mágico Cubo había generado.
El zapatero pronto tuvo que volver a remendar y luego a fabricar, la lana volvió a las ruecas y la pesca a las redes, poco a poco, los pobladores volvieron a sus tareas, las transmisiones cesaron. El Cubo había quedado como un recuerdo, que por motivos no muy claros no salió del colectivo local, nadie contó fuera lo sucedido, el único cambio visible al exterior fue que la gente del barco comenzó a tener nuevamente pedidos, lo que fue tomado apenas como una variante momentánea y casual de la demanda.
Al continuar con sus estudios, en los que por supuesto incluyó lo sucedido, aquel fin de la historia comenzó a tener sentido. Tal vez no era el único que había decidido tomar una sociedad sencilla para estudiar el comportamiento humano. Tal vez alguien mas decidió conocer las debilidades de la sociedad y de los rincones de la mente humana, y aunque su finalidad podía ser simplemente conocer, las extrañas transmisiones y sus resultados resultaban muy preocupantes.
Charles comenzó a tener la convicción de que aquellos extraños e inexplicables sucesos podrían tener una explicación sencilla, quizás, así como nosotros estudiamos y modificamos especies vegetales y animales para servirnos de ellas, alguien del exterior nos estaba estudiando para ver como utilizarnos para sus propósitos, quizás se estaba preparando el comienzo del fin.
Controlar la furia y la mansedumbre por medios de comunicación masiva digital y deteriorar el entramado social quitando la dignidad del trabajo, eran formas sencillas y complementarias de tener un ejército de esclavos seminteligentes útiles.
La publicación de sus conclusiones fue muy mal recibida por el establishment científico, su vehemencia en llamar la atención sobre el posible riesgo, sumada al silencio del resto de los isleños sobre lo sucedido, abonó su descrédito, de manera que vuelto a la universidad donde se formó, poco tardó en perder su trabajo como investigador y poco mas en ser tomado por loco.
Demasiada gente vivía ya desde antes de la Gran Llegada con la TV basura directamente enchufada en sus venas, dispuestas a vivir estúpidamente confortables, rodeados de gente que en verdad no conocen, dejando a sus hijos librados a su suerte, para tener tiempo para trabajar mas y obtener lo que no necesitan, mientras destruyen el planeta para lograrlo.
El caldo de cultivo del desastre estaba pronto, vivíamos con las defensas bajas. Las mayorías delegando sus decisiones en elites corruptas, políticos que no dudaron en entregarnos a cambio de los espejitos de colores que les ofrecieron nuestros Hermanos del Cielo.
Los intentos de Charles por llamar la atención, exagerados por fuerza de la poca repercusión de sus dichos, fueron muy mal recibidos, sus exabruptos lo llevaron a la cárcel, a la que le siguió la internación en un siquiátrico, el lugar donde autoexcluido de cualquier transmisión, logró salvarse del estado de estúpida y somnolienta servidumbre a la que fuimos sometidos luego, por aquellas luces y sonidos, producto refinado del experimento original.
Desde aquellas cuatro paredes ya no pudo convencer a nadie, perdimos la única oportunidad de salvarnos de la esclavitud en que vivimos. Trabajamos para ellos, producimos lo que necesitan, limpiamos sus hogares y hasta les servimos de alimento, nuestra carne dulce es un manjar en su mesa, muchos de nuestros niños son sacrificados por nosotros mismos en sus frigoríficos para deleitar su paladar, las recetas de niños envueltos son macabramente realistas.
Sordo y ciego de nacimiento, como Helen Keller, aunque me he salvado de la esclavitud por razones tan obvias como tristes, poco mas que escribir esto puedo.
Encerrados juntos en el siquiátrico, las manos de Charles, que me enseñaron a leer y escribir, también me transmitieron esta historia, que ahora, luego de su muerte, intento divulgar en Braile, en busca de una liberación, que quizás nadie quiere.
No sé si alguien lo leerá, tampoco se si lo entenderán, ovejas de un triste destino, tal vez podría ser la luz al final del camino, una paradoja tratándose de un ciego, una doble paradoja, porque ciego, creo que soy de los pocos que pueden ver.
Firma
Simplicio… el único amigo que le quedó a Charles, el loco de la isla del Cubo.
Eduardo Abenia
NEGRITA
Cuenta mi madre que al enterarse, los gritos de desesperación de mi tío se oían
a cuadras, el amor que sentía por ella era digno de un cuento de hadas.
Mi tía era una de esas personas que rozan la santidad, en la casa de sus padres los mendigos hacían cola en la tarde para recibir algo de pan y dulce, devotos extremos de esos que nunca faltan a misa.
Cinco años después, el día de su cumpleaños, ella perdió la batalla contra la leucemia, se levantó, se despidió de todos, se acostó y se fue para siempre.
Mis abuelos me dijeron que ella murió porque el señor la necesitaba y yo con mis seis añitos me preguntaba, si era todopoderoso, ¿para que la necesitaba?, ¿por qué la hizo sufrir? yo la necesitaba mucho más, la extrañaba.
Mi tío, compartiendo su dolor, me explicó que estaba en el cielo, que se había convertido en una estrellita.
El cura de mi escuela, el mismo que tenía todas las respuestas, el que nos explicó como Noé llenó una barcaza con todos los bichos, el mismo que exigía el papelito de garbanzo con el sello de la iglesia de la misa del domingo para entrar a la escuela el lunes, so pena de que vinieran mis padres a explicar mi pecado de faltar para quedarme viendo los dibujitos animados, ese mismo, me dijo que la razón del sufrimiento y la muerte temprana de las personas buenas no tenía respuesta, que era uno de los misterios del señor…, allí murió mi fe, la que intentaban inculcarme, de nada les valió obligarme a ir a misa.
Muchas veces, mirando el cielo, percibí una guiñada de ella en el titilar de alguna estrella diminuta, quizás me hice aficionado a la astronomía buscándola.
Ya grande, extraño escucharla en el murmullo del viento, en la hojas de los árboles del parque, diciéndome que soy su sobrino mas lindo, que debo portarme bien, que debo estudiar, obedecer a mis padres y muchas cosas más…, pero hay una palabra que conociéndola siempre esperé y nunca dijo: dios … y mi fe nunca volvió…
Eduardo Abenia
ASESINO
NOCTURNO
Era un pardito de pelo motudo, pequeño, mal vestido y descalzo, sus grandes ojos negros me daban la sensación de vivaces y al mismo tiempo melancólicos.
Me distraje un instante y ya estaba de nuevo intentando abrir la puerta del camión, lo corrí alrededor sin poder agarrarlo hasta que no lo vi mas, supuse que se había ido y volví a entrar a la casa, aunque no estaba seguro, mientras lo corría se metió en intersticios donde mi mano no cabía y de hecho mientras me alejaba tuve la sensación de que se había escondido en el caño de escape, solo que no me atreví a mirar dentro por cierto temor a que me pinchara un ojo, después de todo si estaba ahí, tendría que salir.
No pasó ni un instante y ya estaba de nuevo intentando abrir la gran caja de herramientas al costado del tanque de gasoil, ensimismado como estaba en su labor, pude agarrarlo del brazo, lo sacudí con fuerza, y sin decir palabra, con el lenguaje de la mente, le hice saber mi furia, sus ojos me miraron sin comprender.
Lo metí en un frasco de inyectables, esos de tapa de goma, miré el frasco y tenía la cara enrojecida, gire la tapa y se puso azul, como cianótico, pensé, tal vez muera, pero por si acaso lo tiré con gran fuerza, seguí el vuelo con la mirada, hasta que se perdió a lo lejos, seguro fueron muchas cuadras.
En ese momento me invadió la culpa, seguramente moriría, metido en el pequeño frasco no podría salir y se asfixiaría, creo que mi intención al meterlo en el frasco y tirarlo no era matarlo, solo que no molestara mas…, comenzó a embargarme una gran angustia, tanta que bruscamente desperté.
Somnoliento, no podía pensar claro, así que no tuve el alivio de darme cuenta de que era un estúpido sueño, lo vivido se me antojaba real y allí me asaltó una culpa aun mayor, despierto ya no podría salvarlo, así que cerré con fuerza los ojos, como para obligarme a dormir de nuevo, buscando el camino para ir al rescate de mi víctima, antes de que fuera demasiado tarde.
Pero todos sabemos que eso es muy difícil, dormirse forzado, así que poco a poco me fui despertando del todo y tuve la certeza de que no podría rescatarlo, su muerte ya era inexorable, un arranque de furia y me había convertido en un asesino, eso que uno no puede creer que le suceda a otros me había sucedido.
Aunque la vigilia me hizo racionalizar mi desgracia, aquel asesinato en sueños me había pegado mal, ¿acumularía Karma negativo? Después de todo que no fuera real no quitaba que el sentimiento estuvo…. Era algo así como un intento de asesinato, solo que sin muerto.
Por culpa de unos bizcochos grasientos, de la mano de una pesadilla, me volví un asesino, mejor se los hubiera dado a ese pobre niño, tal vez así se hubiera ido sin querer robarme, aunque claro, si los hubiera regalado en vez de comerlos tampoco habría habido pesadilla, y sin pesadilla no había niño… y sin niño no me quedaba otra que comerlos… mi suerte de asesino estaba echada… nadie podría salvarme.
Eduardo Abenia
LOBO
El super quedaba cerca, de camino a casa, si la noche estaba linda no era raro que volviera caminando.
Aquella noche de otoño, de luna llena, invitaba a caminar, una pasta de la rotisería y un vinito serían la cena perfecta.
Del costado de la volqueta salía un ruido extraño, una mezcla indefinida de gruñido y quejido, pero no había ningún animal visible.
Continué caminando sin darle importancia, a pesar de que era un poco intimidatorio, estaba apurado y con hambre, ningún ruido tonto me detendría.
La pequeña sombra corrió y se lanzó sobre mi tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar, las ratas son muy rápidas.
Su mordida fue dolorosa, aunque cuando me levanté la manga del pantalón y bajé la media, había dejado apenas algo mas que un raspón y una pequeña herida, de la que salía una gotita de sangre, la limpié con el pañuelo y sin darle importancia, seguí caminando a casa.
No se puede decir que sintiera nada en particular los días siguientes, la herida sanó sin dejar huella.
Comencé a sentir una molestia unas tres semanas después. En las noches, me dolía un poco y comencé a tener una curiosa hipersensibilidad a olores y sonidos.
Podía sentir el aroma de la piel de mis padres desde la habitación contigua, podía escuchar hasta la caída de una aguja.
Al principio no era notorio, pensé que era solo una sensación, pero al llegar a la cuarta semana, fue tan fuerte en la noche, que era insoportable, no me dejaba dormir.
Tenía un estremecimiento en la piel, podía sentir cada pelo del cuerpo rozar con cualquier cosa, las uñas de mis manos y pies me dolían, como si se me las fueran a arrancar.
Podía oler la comida de los vecinos y oírlos hacer el amor hasta que terminaban.
Una semana después, los síntomas desaparecieron paulatinamente, así que no fui al médico, pensando que ya estaba bien.
A las tres semanas los síntomas reaparecieron poco a poco, así que decidí ir al médico al salir del trabajo.
La doctora tenía el olor característico de la sangre, pude oler su menstruación antes de que se abriera la puerta.
Cuarentona, no era bonita, tampoco especialmente fea, sentí claramente su soledad y su necesidad instintiva de ser satisfecha.
Algo en mí hizo que ella supiera que podía sentir su necesidad, no tuve que explicarle nada y como era el último paciente, todo ocurrió con una extraña facilidad.
Ella me interrogaba sobre mi condición y yo le contestaba, pero era como si fuera una voz en off, escuchaba y respondía como si fuéramos personas ajenas a nuestros cuerpos, como una película donde mi otro yo era el protagonista.
Ella me auscultaba cuando comencé a tocarla íntimamente. Evidentemente ella lo esperaba, no se molestó y en instantes teníamos sexo violentamente, no pude evitar darle algunas leves mordidas.
Todo terminó sin mas palabras, sin exámenes ni tratamiento, solo nos vestimos y cada cual a su casa, me quedó de ella sabor a sangre y una dolorosa necesidad de mas.
Pocos días después los síntomas desaparecieron, hasta que al mes siguiente volvieron y me di cuenta de que reaparecían una vez al mes, al acercarse la luna llena.
Aquella noche volvía a casa caminando, cuando ví al pequeño gato jugando con una pluma. Normalmente no podría haber visto la escena en la oscuridad, pero mis ojos también se volvían en extremo sensibles.
El animal no se dio cuenta de mi presencia hasta que lo agarré por la cola. La primer mordida fue mortal, no llegó siquiera a maullar una vez.
Mi ropa se bañó de sangre y sentí un calor en mis tripas, mi corazón latía descontrolado, disfruté aquello de una forma que me dio miedo. La mañana siguiente sentí escalofríos, asco de mi mismo.
Siempre me precié de ser cariñoso con los animales, me preocupaba por cuanto bicho andaba malherido por ahí, solo podía entender lo sucedido si otro yo vivía en mí, esa era además la sensación que tenía.
Paradójicamente, eso, al tiempo que me preocupaba, me daba paz, ya que de alguna manera la bestia no era yo.
Me obligué a olvidarlo y unos días después ya no pensaba en eso. Decidí volver a visitar a la doctora, solo que mientras no tenía síntomas.
Cuando me vió respiró aliviada, no habían hecho una ficha mía, así que no tenía mi dirección y aunque quiso ubicarme, no pudo.
La razón no era reclamar por mi comportamiento, sino contarme que un mes después del incidente tuvo síntomas similares.
Los exámenes que se hizo no dieron nada, así que me mandó una batería completa también a mí, los resultados estarían a los 15 días.
Yo era conciente de que era nuevamente luna llena, pero tenía número y también curiosidad de saber cómo serían las cosas con la dra. sintiendo lo mismo que yo.
Nuevamente era el último y fuimos violentos desde el principio, me hizo una gran cortada en un brazo con sus uñas y eso me puso tan furioso que sentí necesidad de lastimarla.
Ella también, así que nos infligimos múltiples heridas mutuamente, solo que yo era mas fuerte.
La mordí con fuerza, sin límites. Sangraba copiosamente y no pude evitar beber su sangre, tenía un sabor desagradable, diferente al de la primera vez, pero seguí, hasta que ya saciado, me quedé mirando su cuerpo sin vida.
No sentía culpa, intuía que la había liberado de algo terrible, me preguntaba si alguien finalmente podría liberarme a mi.
Pensar en lo que había hecho me aterrorizaba. Los siguientes días vomité varias veces al recordarlo. No era solo el miedo de ser descubierto, era miedo de lastimar a mis seres queridos, mi madre, mi hermana, algún amigo.
A medida que se acercaba la siguiente luna llena mi preocupación crecía. Conocía las ridículas historias de lobisones y sabía que solían encadenarse para no lastimar a nadie.
Eso me parecía una estupidez, así que no se me ocurrió mejor idea que tomar pastillas para dormir, ni bien llegó la noche me sumí en un sueño profundo.
Los sueños resultaron ser terroríficos, de una violencia increíble, me levanté temblando, empapado en sudor y con la duda de que alguna de aquellas monstruosidades no fueran algo mas que un sueño.
Así que al mes siguiente decidí probar otra cosa, tome una cantidad enorme de laxantes. Sentía terribles retorcijones en mi estomago y una diarrea incontenible me tuvo atado al baño, con la luz apagada y llorando. Un poco de miedo, otro poco de dolor, como un animal herido.
Mes a mes repetía aquello las tres noches de luna llena, hasta asegurarme de que los síntomas pasaban.
El resto del mes me dedicaba a pensar alguna solución alternativa. A pesar de mis diarreicos padeceres, maté varios animales en mis días enfermos, pero pude evitar lastimar humanos, las diarreas me mantenían dolorido y aterrado, casi todo el tiempo aferrado al WC.
Nunca fuí religioso, pero desesperado decidí ir a una iglesia. Poco a poco le conté al cura mi problema, explicándole sobre mis tendencias violentas, pero sin aclararle hasta donde había llegado.
Necesitaba contarle a alguien, sacarme esa carga, así que después de varias confesiones, tras meses de confidencias, le conté al cura lo sucedido a la dra.
Siempre pensé que existía el secreto de confesionario, así que me asombró cuando la policía golpeó mi puerta.
El hacinamiento de la cárcel era un muy mal lugar para alguien con mi enfermedad.
Tuve que soportar muchas cosas de los presos dueños de aquella celda. Las violaciones me dolieron tanto que poco faltó para que la transformación se adelantara, casi deseaba que así fuera.
Cada día que nos acercábamos a la luna llena mis sentidos se agudizaban y mi sed de violencia crecía.
La sed de venganza llamaba la bestia que vivía en mi, acercándola al ser desgraciado en que me había convertido.
Por primera vez desde el comienzo de mi enfermedad esperé la llegada de aquella noche de luna llena con ganas. Quería que llegara el monstruo, esperaba ansioso, sin culpa.
Estaba acostado en silencio, mirando la pared, sentí que me tomaban de la ropa para darme vuelta.
Los tipos tenían la típica cara del degenerado que sabe que va a satisfacer sus instintos, solo que los míos serían mucho mas fuertes, sus risas quedaron ahogadas con sus gritos.
Aquella noche los seis animales que me habían violado en la celda murieron de una forma horrible, destrozados por un animal mucho mas fuerte.
Cuando los guardias sintieron la batahola y se acercaron, no daban crédito a lo que sus ojos veían.
La celda estaba tapizada de sangre, trozos de cuerpos desparramados por el suelo, uno de los tipos gemía bajito, aterrorizado, mientras yo arrancaba con los dientes la carne del brazo de un compañero.
Fue un gran error entrar para intentar reducirme, deberían haberme dopado con un dardo desde fuera, tuve que matar a dos guardias, solo así se decidieron a usar sus armas. Finalmente fui liberado.
Veo mi cuerpo baleado, tirado en el suelo, con gran alivio, ya no soportaba aquello en lo que me había convertido, mi muerte terminó con la furia que me dominaba y con la desgracia en que se había convertido mi vida.
Una hiel gris oscura sale de mi boca, aún no llega la técnica a remover mi cuerpo y hay varias ratas bebiéndola.
Se nota que el líquido les desagrada, pero tienen tanta hambre que no paran de morderme y beberlo, como poseídas.
Verlo me quita la paz que había ganado con mi muerte. Siento que mi desgracia no termina aquí, mi carne sirve para propagar la enfermedad que me destruyó.
Mi cuerpo inerme no es capaz de defenderse, nada puedo hacer, salvo inspirar la pluma de alguien, para alertar sobre la plaga que disemina mi negro destino.
Eduardo Abenia