ENCUENTRO DE ESCRITURA EN ACCIÓN
CUEVAS DE NERJA
El secreto de la cueva
Un viento gélido empezó a soplar de repente, las nubes se fueron arremolinando en el cielo y una capa espesa de agua empezó a manar del cielo.
Qué pequeño se sentía de repente ante el poder de la naturaleza.
Begoña Ramírez
El secreto de la cueva
Un rayo de luz penetró la obscuridad de sus ojos. El negro de su pupila reflejó el dolor de su alma. Le tomó la mano que balanceaba insegura y lo atrajo hacia sí. Salieron juntos de sus miradas perdidas y se encontraron más allá.
Más allá del sentimiento, en lo más profundo de su secreto. Y, el descubrirse, los liberó de ellos mismos.
El día que murieron los políticos
¿Se quedó desamparado el mundo? ¿Perdimos de repente a nuestros mesiánicos salvadores?¿Ocupó su lugar un sátrapa dictadorzuelo que prometía también protegernos a todos?
La verdadera muerte de los políticos se produce, se ha producido en el momento mismo en que se convirtieron en profesionales de la política.
Entonces el arte de gestionar el bien público se convirtió en otra empresa privada mas; con marketing, encuestas, índices de aceptación y participación, control de imagen y venta final del producto.
Begoña Ramírez
El día que se murieron los políticos
Los ciudadanos andábamos de un lado a otro turbados, optimistas, pesimistas, riendo, llorando pero siempre muy alborotados. Un grito unánime se oía en todos lados “Se han muerto los políticos”. Unos cantaban y saltaban por las calles diciendo “Se nos acabaron nuestros problemas” mientras otros clamaban entre lamentos “Esto es el fin del mundo” Ni lo uno ni lo otro ocurrió. Cambiaron caras, cambiaron palabras pero no cambió el problema. Al cabo de poco tiempo todo volvía a ser parecido o igual que antes.
La responsabilidad del problema no es sólo de un oficio, un título, un cargo o un grupo de la sociedad. Todos y cada uno somos parte del problema en la medida que no nos responsabilizamos de ella. No nos engañemos, no somos mejor ni peor por estar arriba o abajo sino por la actitud que tenemos y las decisiones que tomamos en cada momento. En todos lados hay gente generosa que quiere ayudar a los demás y gente egoísta que sólo le importa su propio interés.
Me llama la atención como criticamos a los dirigentes lo mismo que hacemos nosotros en la medida que podemos.
El problema está dentro de los seres humanos: en la desidia, en el deseo de poder, en la avaricia, en el egoísmo, en la pasividad, en la comodidad y en todo lo que favorezca la manipulación. Existe una cierta ventaja en que nos dirijan, en ser tratados como niños. Podemos criticar y ponemos en otros toda la responsabilidad de las consecuencias sin necesidad de asumir la nuestra.
Sólo cuando seamos capaces de responsabilizarnos de nosotros mismos, de nuestro entorno y de nuestra gran comunidad entonces no será necesario que mueran los políticos pues habrán perdido toda su fuerza manipuladora y oscura. Mientras tanto, tendremos necesidad de que nos dirijan, nos organicen y habrá siempre personas que lo hagan en su provecho sin importarle las consecuencias y nosotros podremos criticar a los dirigentes (padres) como (niños) libres de toda responsabilidad.
Cambiemos nosotros y cambiarán los que nos gobiernan.
Lola Carmona
El día que se murieron los políticos
Consiguió llegar sin saber cómo a lo que parecía la entrada a una cueva. Lo que más ansiaba en aquellos momentos era encontrar un lugar seguro y caliente donde poder guarecerse.
Calentar su cuerpo y su ánimo. Titubeó unos instantes, la lluvia ya era torrencial en aquellos momentos y esto terminó de darle el empujón que necesitaba y decidió por fin adentrarse en la cueva.
Cuando hubo avanzado unos pocos metros la oscuridad allí dentro era casi absoluta. Pero no tenía elección. Se acurrucó lleno de miedos e incertidumbres en un rincón. Sólo tenía un mechero que le podía servir para alumbrarse un poco en medio de aquella penumbra.
Le temblaban las manos mientras sacaba el encendedor de uno de sus bolsillos. A la luz titubeante de aquella pequeña llama vio unas pinturas en la pared.
Hombres y animales en escenas de caza tal vez. Aquellos dibujos le reconfortaron por unos instantes, y por unos segundos desapareció su sensación de miedo y soledad. Siempre le había asustado la oscuridad, pero ahora comprendía que a veces la oscuridad esconde secretos y misterios esperando ser descubiertos.
Begoña Ramírez
El día que se murieron los políticos
Había una vez en un lugar del universo, que aún carece de nombre, una flor que se negaba a marchitar. Llegáronse los doctos del lugar para dilucidar cómo socavar su moral y, tras largas y enconadas discusiones alrededor de una bien servida mesa, decidieron que solo podrían vencer la terquedad de la flor retirando la tierra de sus raíces. Y así lo hicieron. En esto llegó una fuerte ráfaga de viento y la flor surcó los cielos, dejando tras de sí una lluvia de pétalos y semillas que descendieron sobre los escasos espacios de tierra que en la superficie quedaban.
La primavera siguiente vio como brotaban flores por doquier inundando con sus olores el aire hasta hacerlo irrespirable. Murieron así los políticos y con ellos se marchitaron las discusiones, mientras cada flor, una y todas iguales, miraban al cielo, titilando sus pétalos al compás de las estrellas.
Diego Pérez
¿Qué hacemos ahora?
Ya se habían acabado todas las excusas posibles. Sin remedio tenía que enfrentarse con la realidad. Había pasado demasiado tiempo engañándose a sí mismo. Había llegado el momento de preguntarles a todos ¿Qué hacemos ahora?
¿Dejamos que nos sigan engañando o ponemos punto y final a todo esto?
Ojala mañana todas las urnas del mundo aparezcan vacías .Se darán cuenta entonces de que no tienen a nadie a quien representar.
Begoña Ramírez
¿Qué hacemos ahora?
Estuvimos remando durante horas, dejando que el agotamiento inundase nuestros miembros entumecidos. Los espejismos de una costa lejana se sucedían a cada golpe de remo. Remábamos a dúo sincronizado, con la mirada perdida en el horizonte sin fondo de la opacidad azul del mar y del aire. Un cielo sin nubes derramaba sus rayos sobre las aguas, reflejándose en su superficie desnuda. Por fin nos venció el agotamiento y dejamos caer los pesados remos.
-¿Qué hacemos ahora?-pregunté.
Un silencio sobrecogedor respondió a mi pregunta. Y fue así que recobré la consciencia de que estaba solo, de que siempre había estado solo en aquella barca sin remos que arrastraba la marea.
¿Qué hacemos ahora?
Dijo en voz alta para que Luisa lo escuchara desde otra habitación. Siempre que llegaban las 5 de la tarde Virgilio, como un resorte, se despertaba del letargo y quería actividad; sin embargo, pretendía que su mujer fuera la que le tuviera organizado lo que tuvieran que hacer.
No escuchó respuesta, lo que le dejó con gran preocupación pues él se sentía incapaz de decidir por sí mismo algo en qué ocupar la tarde ya fuera de trabajo u ocio. Volvió a repetir la frase, pasado un tiempo prudencial y siendo consciente de que algo raro ocurría se fue directo a buscarla por la casa para recriminarle su falta de atención. Al cabo de un rato sin resultado alguno y con la cara descompuesta encontró un papel sobre la mesa de la cocina que ponía. “Me voy porque no te aguanto más, yo voy a hacer lo que me de la gana y tú vete a hacer puñetas.
Lola Carmona
La perdedora de tiempo
Solía pasarse las horas contemplando el mar, o la montaña, el río, las hojas de otoño, los pájaros, la lluvia caer, la nieve en los tejados, las flores recién abiertas, las nubes en pandilla sondeando el cielo, incluso los desconchados del techo.
Sus padres desconcertados la habían llevado a un especialista. Después de muchas pruebas y análisis, el doctor les había citado en su consulta. Ya tenía un diagnóstico. Se quitó sus gruesas gafas y clavó sus ojillos en los desconcertados progenitores.
Les dijo gravemente: Ya sé lo que le pasa a su hijita: es una “perdedora de tiempo”.
Y dicho esto volvió a colocarse sus gruesas gafas con las que parecía mirarles desde una lejanía inexcrutable.
Begoña Ramírez
La perdedora de tiempo
María caminaba hacia atrás. Decía que no quería perder el tiempo y aseguraba a sus incrédulos oyentes que la única manera de recuperar el tiempo perdido era caminando hacia atrás. Y en ello pasaba sus afanosas horas, recuperando cada paso, decidida a recuperarlos todos, hasta el último, que no sería, lógicamente, sino el primero. “Entonces”, decía, “caminaría hacia delante, pero sin prisa, recogiendo todo el tiempo a su paso.” Pero no quería perder el tiempo en explicaciones, por lo que seguía su camino, hacia atrás y sin detenerse mientras hablaba.
Dicen las malas lenguas que cuando llegó al origen, tropezó en el vacío y estuvo cayendo durante siglos sin cuento.
Otros dicen que nunca llegó. Lo cierto es que aquellos que avanzaban hacia delante nunca la volvieron a ver.
Moraleja: el tiempo es lineal…o no existe.
La perdedora de tiempo
Mariquilla era una niña a la que le gustaba pasar las horas imaginándose historias o viendo simplemente el vuelo de los pájaros, por eso en su casa siempre le decían que dejara de perder el tiempo. Eran tantas las veces que se lo dijeron que empezó a perderlo de verdad. Un día se dio cuenta que había perdido una hora pero a la semana siguiente fue toda una tarde.
Mariquilla fue creciendo y con ella el tiempo perdido. Las horas se convirtieron en días, los días en semanas, las semanas en meses y los meses en años.
Al principio no quiso darle mucha importancia pero cuando las horas pasaron a días decidió apuntar en su diario el tiempo que perdía pues cada vez era mayor el espacio que quedaba fuera de su sitio.
Ante tamaño problema ella no se amilanó sino que se dispuso a hacer todo lo que estuviera en su mano para poder encontrar el tiempo que le faltaba. Investigó todos los métodos para encontrar cosas: hizo control mental, rezó a San Antonio, molestó a San Cucufato y todo lo que se le dijo que funcionaba. Ella empezó a utilizarlos concienzudamente y funcionaron; sin embargo, no conseguía el resultado esperado pues en vez de encontrar la hora de ese mismo día encontraba la de hace unos 7 años y a vez que hacía ella con esa hora que ya se le había quedado chica y no le servía, cuando la que necesitaba era la que tenía la cita con el peluquero para esa tarde.
Cuando empezó a encontrar masivamente aquella cantidad de tiempo, que no sabía en qué ocupar pues le llegaba con retraso, se vio abocada a liquidarlo como única solución de control. Así que parte de su vida la dedicó a matar el tiempo.
Alguien le comentó alguna vez que por qué no se dedicaba en esas horas muertas a inventarse historias o simplemente contemplar los pájaros es decir, disfrutar de la vida.
Lola Carmona