EL GRAN LIBRO DE LA VIDA(I): INFANCIA
En la infancia de la humanidad, todo transcurre sin problemas. Hay acontecimientos, más o menos excitantes, avatares, fases de crecimiento. Todo es positivo, crece, aumenta, recuerda, asocia, reconoce.
Vibra, cuenta, aprende, siente, comprende, corre, estrena, relaciona, descubre.
El mundo es inmensamente inmenso, impresionantemente maravilloso, incomparablemente grandioso. Y nosotros somos el centro. El centro desde el que exploramos la periferia, que pronto es también nosotros.
La vida sale al encuentro, plena, impetuosa, febril, acariciante.
Algunos recuerdan su infancia como el tiempo más feliz de su vida. Y tienen razón, porque la felicidad no es sino ese insensato vivir en el presente. No tiene nada que ver con la alegría, menos aún con el placer, aunque estos pueden ser sus residuos.
El niño vive su juego con toda seriedad, y antes y después, allí o allá, no existen. El juego del instante precario es la única realidad del niño soñador inconsciente; concentración meditativa que conecta con ese vacío único que llena.
Diego Pérez Sánchez
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (I)
Te guste o no, escribirás El Gran Libro de la Vida. Con letra de molde, con cuidada caligrafía o con toscos garabatos, pero lo escribirás sin remedio.
Con cada acto, hagas lo que hagas, con cada movimiento, con cada suspiro, con cada anhelo y cada desesperanza.
Aunque te niegues a escribirlo, lo escribirás, no hay renuncia posible, pues hasta tu renuncia sería una página del libro.
Si caes en la trampa y no comprendes la magia del juego, pedirás el Libro de Reclamaciones, pero será en vano, no te servirá de nada.
Puesto que tienes que escribirlo, hazlo con la ilusión de una letra y un texto vitales, divertidos, únicos y mágicamente conectados con la letra de cada forma de vida. No caigas en la arrogancia de creer que ya conoces todas las ortografías, la vida te sorprenderá a diario si aprendes a mirarla.
Escríbelo con ganas, ya que, hagas lo que hagas, te van a pagar o cobrar lo mismo por el viaje.
Y tienes para ello, no lo olvides, nada más y nada menos que tu irreemplazable letra y tu irrepetible ahora.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL LIBRO DE LA VIDA
Luisa chapotea por los charcos camino de la escuela, calza botas de goma negras, un impermeable negro y se cubre con un paraguas también negro. Todo herencia de su primo mayor. Le gusta la lluvia y sentir como resbala el agua por ella, pero a la vez la teme, se tiene que embutir en todo eso que odia, pero calla y se lo pone. Tan solo una vez protesto. –Es de niños, se van a reír de mí. –Qué tontería, eso no importa los niños a callar y obedecer.
Y se resigno. Cierta vez que iba de tal guisa, oyó a dos chicos cuchichear, -Es un niño- decían
-No es una niña- uno de ellos levanto el paraguas bajo el que Luisa se escondía y grito triunfante –Tenía razón yo es una niña, pero va vestida de niño- y se echaron a reír. Luisa toda cohibida se marcho a casa llorando de humillación.
Pero a pesar de todo a Luisa le gusta el invierno, le gusta la escuela, los días fríos al calor del brasero, los cuentos del abuelo, los seriales de la radio, el hoyo que se forma en su colchón de borra a causa del somier dado de sí que la mantiene calentita como metida en un nido.
Pero también le gusta la primavera con esos días tan claros, y ver como renace la vida por todas partes, flores brotes y el inminente anuncio del esperado verano, que traerá las ansiadas vacaciones. Los baños en el mar, los juegos con los amigos hasta las tantas de la noche mientras los mayores toman el fresco sentados en las puertas.
El otoño trae el regreso a la escuela, el retorno a la rutina, los horarios que en verano están más relajados vuelven a ser rígidos. Pero a ella le gusta estudiar, se siente feliz con el encuentro con sus compañeras de clase, con su maestra a la que quiere mucho.
Todo eso son sensaciones, como una niña que es nunca se ha cuestionado la vida, no sabe nada de felicidad o infelicidad, se limita a vivir sin preguntas, con esa simplicidad de los niños.
Pero Luisa siente un anhelo en su alma que guarda muy hondo sin que nadie se entere, un sueño que espera que se cumpla. Siempre que va por la calle, mira a todas las mujeres que se cruzan en su camino, espera algún día encontrarse de frente con su madre, la reconocerá enseguida, a pesar de ser ella muy chica cuando se fue, correrá hacia ella, su madre también la conocerá y le abrirá los brazos la cubrirá de besos y nunca más se ira.
Otras veces sueña de regreso de la escuela, que al llegar a casa, le abríran la puerta y dirán, ¡Mira Luisa quien vino a por ti! Y ella entrara en la sala y vera allí sentada a su madre sonriéndole, la niña siente un calor en su corazón con estos sueños secretos que sin ella saberlo le ayudan a vivir.
Tan solo pregunto una vez donde se había ido su madre, le dijeron que al cielo. –¿Y cuando vuelve? -Tu mama está con los angelitos no volverá más porque el cielo está muy…muy lejos- No volvió a preguntar mas, pero pensó –Si ella sabe que yo la espero volverá-
María Bueno
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (II): El eslabón perdido, o el Génesis según Einstein
En el principio
había Dios, y Dios creó al hombre, y lo hizo a su imagen y semejanza.
En la oscuridad de la noche Dios se levantó una mañana sin día y miró hacia su
soledad sin límites.
Sintió un profundo aburrimiento.
Necesitaba algo con lo que entretenerse y, tras hacer algunas cabalas
intemporales, su frente se iluminó. Hartó de mirar a ninguna parte, decidió que
había de crear el espacio y, para prolongar la existencia del mismo, el tiempo.
Nadie sabe cuánto tardó, pues aún no existía el tiempo; menos aún con qué
medirlo.
Y vio Dios que aquello era bueno, y sintió que su gozo se expandía con la
contemplación de aquellos vastos espacios que se multiplicaban con el tiempo.
Pero el tiempo puso límites a su imaginación, y vio Dios su vacío interior
reflejarse en aquellos desnudos espacios. Se dio cuenta de su error al crear
aquellos vacíos; percibió, así mismo, cómo el tiempo limitaba su espíritu,
convirtiendo en monótonas secuencias, en repeticiones insalvables, su gozo
primigenio. Su creatividad había quedado limitada por aquellas coordenadas que
él mismo había dispuesto. Y, por primera vez, sintió que había cometido un grave
error y, por su excesivo alcance, lo llamo pecado. Se sintió expulsado, sin
posible vuelta atrás, sin redención, de aquel estado paradisiaco en el que, sin
saberlo, había vivido previamente; de aquella nada sin límites que, en su
percepción sin referentes, le había resultado tan odiosa. “El mal ya está
hecho”, se dijo. Y el sentimiento escapo proyectado y ocupó los espacios
infinitos.
Para ponerle puertas al campo, Dios proyectó su infinito espíritu positivo y así
nacieron los cuerpos estelares y, tras ellos, la luz que les relacionaba y daba
forma. Y vio Dios que esto era bueno y, su creatividad exaltada, comenzó a jugar
con las luces y las sombras, con las formas y colores; reorganizando la materia
y creando infinidad de vínculos entre las partículas, que chocaban entre sí,
bailaban, corrían y jugueteaban en círculos y espirales. Y, por alguna ley que
escapó a su control, apareció la vida: materia consciente de ser materia,
reflejo del espíritu divino, capaz de reproducirse y aprender, aunque lenta y
dolorosamente, con los cambios. Y Dios receló de aquello que, sin proponérselo,
había creado.
Pasó muchas eras analizando aquello que progresaba en su universo, escapando a
su control.
Reflexionó, como nunca antes había hecho, sobre la posible formación de aquel
brote, y dedujo que su origen se encontraba en la curvatura del espacio, que
hacía que se envolviese a sí mismo, creándose así la consciencia.
Buscando entre recuerdos futuros, encontró la solución. Se trataba de inculcar
un cuadrado en la parte más desarrollada y, por tanto, más vulnerable, del
fenómeno vital. No tardó una diezmillonésima de segundo en alcanzar su objetivo:
Adán.
Ahora, debido a su irredimible estupidez de haber creado el tiempo, sólo tendría
que esperar.
Diego Pérez Sánchez
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (II)
En la infancia no busqué, sino que hallé sin buscar, como todos los niños y algunos pocos adultos a los que llamamos genios, o locos, o ni les llamamos.
En mi juventud busqué la certeza con el ímpetu propio de la juventud, otrto tipo de locura deliciosamente insoportable y de consecuencias imprevisibles.
En la madurez busqué el reposo, cansado por los agotadores días de vino, ideas y rosas derrochados durante la juventud.
En la vejez creo que tan solo buscaré la paz del no buscar.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (III)
Ese libro al que llamamos Vida, escrito a veces con renglones torcidos, y otras muchas con cuidada letra e impecable ortografía, es todo cuanto tenemos.
Tal vez cada persona sea, dentro de ese libro, tan sólo una palabra, o una simple letra, quizás una sonora vocal, o un tímido pero imprescindible acento, nada más.
En eso tan sólo consiste el juego de aprender a vivir: en averiguar el sonido y la grafía de nuestra letra y conseguir hacerla vibrar lo mejor posible dentro del canto universal de las palabras, de esa inmensa canción compartida.
El Gran Libro de la Vida se escribe a menudo con lágrimas, pero nunca faltan en él las imprescindibles risas ocasionales, las emociones y caricias que mantienen encendida la hoguera de las ilusiones humanas.
Se escribe con dolor, paciencia, amor y memoria, y nadie, ni el humano más sabio, más fuerte, o el más poderoso, puede borrar o cambiar ni una sola coma de sus páginas.
El Gran Libro de la Vida, que conoce bien nuestra naturaleza, nunca olvida, antes de permitir que cada una de nuestras letras o palabras pasen a formar parte de la eternidad, que sólo de dos cosas somos dignos los seres humanos: de respeto, y de lástima.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (III): Y SIGUE LA VIDA
Llegamos a la edad compleja, cuando ya no somos niños, pero tampoco personas. Permanecemos en un limbo sin leyes claras, adoleciendo de todo y en plena e inevitable transformación. Ya no queremos ser niños y vemos el pasado conocido con superioridad. Pero esto implica mirar al futuro con un sentimiento contrario, con una inferioridad que no sabe a dónde se dirige. La inseguridad se ceba en nosotros y, para escapar de ella, buscamos imitar a los mayores. Pero ¿qué sabemos de ellos además de que son mayores y de que se comportan como niños que se toman en serio? Y decidimos ponernos serios. Como esto no concuerda bien con las hormonas del momento, se genera una presión y para liberarla, explotamos en rebeldía. Intentamos imitar la contención adulta y nos ponemos rígidos, sacamos pecho y levantamos la cabeza. En una sociedad diseñada por y para adultos jóvenes, nos encontramos, no ya desplazados como los ancianos, sino sin posibilidad de emplazarnos por falta de nicho. Y así, vagabundeando, pasamos esas edades intentando ganar experiencias, conocimientos, y, sobre todo, años, que nos permitan ingresar en el mundo social real, de los que tienen el poder de decidir sobre sus vidas, como así nos parecen. Descubrimos a Eros y a Tanatos, y nos afiliamos permanentemente a ideas y emociones consecutivamente pasajeras. Los años, aromatizados por los cambios, se recuerdan lentos, plenos, marcados por el deseo de llegar, mientras la sociedad nos prepara, sentados ante el pupitre, para una vida mejor, de lo que vamos generando nuestras dudas. Sometidos a estrictos horarios y continuas tareas, con el único aliciente del reconocimiento, la amargura se va apoderando de una adrenalina desbocada. Y así, la mayoría, consiguen llegar a una edad adulta. Ya podemos realizar nuestros sueños. Ahora somos dueños de nosotros mismos, libres de tomar nuestras propias decisiones. En algunos lugares podemos elegir, entre las personas que nos elijan, con quién compartiremos nuestra vida. Si, buenos alumnos y nos dejamos la columna inclinada sobre los años del pupitre, podremos elegir incluso el lugar donde reclinarla de nuevo, a cambio de unos ingresos en papel-confianza que nos permitirán reproducir nuestra vida en nuestros hijos, y ofrecerles, no sólo mejores pupitres, sino actividades extraescolares, para que no se diviertan, y puedan así, no sólo emular nuestras proezas profesionales, sino superarlas con creces.
Adultos entonces, podremos gozar de nuestra casa toda equipada, y, ¿cómo no?, de nuestro compañero, eventual o fijo. Los fines de semana, ¡libres al fin!, tras darle una limpia al coche, que ya le estaba haciendo falta, conduciremos elegantemente hasta el hipermercado donde podremos pasear eligiendo tranquilamente con que cargar nuestro carro para abastecer nuestra abarrotada despensa. Podremos visitar las estanterías de últimas novedades tecnológicas y discutir de prestaciones y calidades con nuestra pareja, si la tenemos y comparte nuestras aficiones, o con el dependiente de turno. Esta parte de intercambio dialogístico es muy importante para nuestra salud social y auto estima. Con esto salimos del mega-centro convencidos de nuestra grandeza intelectual y socioeconómica, que nos dura, al menos, hasta que tenemos que bajar todo del coche para acarrearlo a casa. Pero todo se arregla con un buen vaso y la contemplación evasiva de algo, según gustos, en la pantalla. El domingo sacaremos al perro, a los niños, o a ambos, al campo.
Diego Pérez Sánchez
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (IV)
Del sentimiento trágico de la vida
Todo lo que sube, baja: es una ley gravitatoria que, aunque se ha visto después relativizada y cuantificada, aún permanece vigente. Pasa el tiempo, es decir, acumulamos recuerdos que nos producen esa sensación. Por que ¿qué es el tiempo? Sin duda un invento de nuestra mente, una manera de proyectarnos como seres en crecimiento. Seguramente no es sino una de las funciones de nuestra mente y, lógicamente, no podemos entender un concepto que, desde la nada, nosotros hemos creado. El caso es que un buen día, concretamente un lunes, el tan temido día de la semana, ese que nos amarga sábado y, sobre todo, domingo, dejamos de poner el despertador. Ya no tenemos que ir al trabajo. Ahora somos mayores de edad de verdad; lo que tanto hemos esperado desde niños. Ahora podemos dedicar nuestro tiempo a jugar con nuestros amigos, en la calle o en los salones recreativos; pasear por el campo o por las calles, cuidando de que no nos atropellen.
Si vivimos solos pondremos la televisión a buen volumen, no por estar sordos, sino para sentirnos más acompañados y, ¡qué carajo!, por que nos da la gana. Si vivimos en pareja podremos discutir de todo lo que nos apetezca, a uno u a otro, y a ello dedicaremos con entusiasmo el mayor tiempo posible: antes de salir de casa, al volver a casa, y por teléfono, que en esta generación disponemos de móvil.
Es el momento de viajar: ¡ay esos lugares exóticos con los que tanto hemos soñado! Ahora tenemos tiempo, y algún dinerillo, para visitarlos. Y así lo hacemos. Para evitarnos complicaciones elegimos un viaje organizado a Kenia, donde nos alojamos en un hotel de cinco estrellas -¡la verdad es que son un poco exagerados poniendo estrellas!- del que el guía, que habla perfectamente nuestra lengua, pese a ser negro, nos saca tempranito para, en un magnifico 4x4, torturar nuestros huesos durante horas por traqueteantes caminos antes de llegar a la sabana. ¡Ah, la sabana! Al mediodía el sol castiga los ojos, casi tanto como la piel; o la sangre, que parece que fuera a hervir en las venas. Parece que el aire acondicionado se había estropeado el día anterior, y esperaban que llegara el repuesto, en pocos días, desde Alemania.
Tras ver algunos animales rodeando el coche, en un entorno natural, llegamos destrozados al hotel. Mi mujer aceptó la amable invitación del guía para acompañarnos al día siguiente a visitar las tiendas de artesanía del lugar, lo que hicimos puntualmente.
De vuelta al casino del pueblo, disfruté enormemente relatando mis aventuras a mis amigos que me miraban, con ojos de inconfundible envidia, los unos; con una pizca de indisimulado sarcasmo, los otros.
Decidí no hacer más viajes. Aunque no sabía muy bien qué hacer pues con mi vida, de la que según las estadísticas, aún me quedaba un buen trozo. Esto me llevo a reflexionar, una vez más, sobre el tiempo. No el tiempo variable del que cotidianamente hablaba con mis amigos entre julepe y julepe, sino el otro, el impredecible, pero que siempre acude a su cita ineludible. Creo que, si pudiésemos apartar la muerte de nuestro pensamiento, o si realmente fuésemos inmortales, no existiría el tiempo, pues este es, sin duda, la única realidad que no es tal, que no existe sin nuestra percepción consciente.
Barajé y di una mano de cartas.
Diego Pérez Sánchez
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (IV): - Desamor
No esperaba encontrarme con ella después de tanto tiempo y menos en la sala de espera de una oficina de contratación para desempleados. Llegué un poco tarde ,algo común en mi sobre todo si la cita es antes de las 10 de la mañana ,aunque luego descubrí que no era el único al que le costaba soltarse de los brazos de Morfeo, porque después de mi llegaron como cinco o seis candidatos más. No la vi en esa primera visual apresurada con la que todos marcamos el territorio ante una situación novedosa. Fue justo al acercarme a la ventana que descubrí al primer golpe de vista (como salvación a aquel eventual encierro) cuando me dio un vuelco el corazón al encontrarme directamente con sus ojos, los que pude comprobar seguían mirando con el mismo descaro de siempre en un intento de escrutar a la persona, como si pudiera ver a través de tus ojos tus buenas o malas intenciones.
-¿Qué haces aquí? -me preguntó a bocajarro- ¿No me estarás persiguiendo? –continuó preguntando con un tono irónico muy marcado.
-Hola –acerté a decir, haciendo acopio de todo el aplomo que pude reunir-.Creo que ya ha pasado mucho tiempo como para hablar de persecuciones ¿no?
-Era sólo una broma, nunca tuviste sentido del humor –y noté un cierto deje de tristeza en su voz.
Hacía tres años que no la veía, así que no tenía ni idea de lo que había sido su vida desde que decidimos ir cada uno por su lugar. Recuerdo perfectamente que aquella tarde me dijo: “¿sabes? A veces el amor no es suficiente para sostener una relación. No basta que nos amemos hace falta mucho más”.
Y así acabaron casi cinco años de intensa relación, ella puso punto final y lo acepté sin llegar a entenderlo del todo, a pesar de haberle dado vuelta a esas palabras durante meses. Hasta que decidí seguir mi vida sin entender esas enigmáticas palabras que Vanesa había pronunciado con un tono de tristeza que no llegué a descifrar.
Siempre hubo algo flotando entre los dos, eso era cierto, y aunque había momentos de mucha plenitud entre nosotros no llegamos a entendernos del todo como creo que ella hubiera deseado. Al principio lo aceptaba pensando que con el tiempo y a medida que nos fuésemos conociendo se disiparían esas nubes, pero lo cierto es que se fue cansando y llegó un momento en el que ya no tenía fuerzas para segur adelante… y yo lo acepté.
-¿No vas a decirme nada? Aparte de Hola -prosiguió ella al ataque.
-No sé que decir. No esperaba encontrarte aquí precisamente.
Sabía que no iba a poder articular más de dos o tres palabras seguidas porque la situación era sofocante. Encima compitiendo con ella para el mismo puesto en una empresa con fama de explotar a sus empleados con sueldos miserables, y con horarios desorbitados.
El prototipo de empresa moderna a la que tienes que entregar tu vida y casi unas gotitas de tu sangre para demostrar que eres productivo y competente y que la empresa no va perder rentabilidad ni margen de beneficios, ni todas esas cosas que se supone nos tienen que importar a los empleados porque nuestro sueldo y por extensión nuestra vida dependen de ello.”Todo por la empresa”. Y así acabar alas 9 de la noche después de sortear todo el atasco para llegar a una casa que no disfrutas mas que los fines de semana que te los pasas encerrado allí a cal y canto para no malgastar ni un puñetero céntimo.
Mientras buscaba algo qué decir para llena aquel silencio que se me estaba haciendo insoportable miré a mi alrededor y me tropecé con 15 o 20 miradas como la mía, miradas de naufrago perdido en mitad del mar. Aunque había gloriosas excepciones.
Un par de ejemplares de seguridad total en mí mismo, mirada desafiante, brillo intenso. Ni rastro de temor por ningún lugar.
No sé ni para qué he venido me dije en un arrebato de rabia, rechinando los dientes .A lo mejor ha sido simplemente para encontrarme con ella después de tanto tiempo como si fuésemos parte de ese juego de casualidades que son en realidad causalidades y que la vida reparte al azar como en una partida de cartas.
Seguí mirando a Vanesa sin decir nada durante un rato más sin saber qué decir.
-El siguiente –sonó la voz chillona de una secretaria desde dentro del despacho.
-Bueno -dijo Vanesa por fin-, creo que me toca entrar, deséame suerte al menos…
-Sí-acerté a decir desconcertado, suerte y a ver si quedamos un día de estos y me cuentas cómo te va todo-aunque fui consciente en ese mismo momento de que no volvería a verla jamás.
Salí a la calle y tiré el currículum en una papelera. Mientras volvía a casa me acorde de nuevo de las palabras de Vanesa: “A veces el amor no es suficiente.”
Begoña Ramírez Joya
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (IV):
CUANDO LLEGUE EL ÚLTIMO MOMENTO
Cuando llegue el momento, sin prisas, por favor,
seré, gracias al fuego que tanta vida me dió, aire,
y ese aire entrará en vuestros cuerpos, puro ardor,
y siendo parte de todos, también lo seré de nadie.
Y no habrá, ni un sufrimiento, ni una contradicción.
Cuando llegue el último momento, sin llantos,
ese aire será nube, y viento, y río, y lluvia sin fin,
y sin presentarme siquiera, estaré en vuestras copas,
y seré vino y risas, vuestras palabras color carmín,
y me olvidaréis por un momento, y reiremos sin mi.
Cuando llegue el momento, ni lágrimas, ni lamentos,
es sólo un parénteis ocasional, sólo juego pasajero,
sólo me he ido antes, a cosechar un poco de tiempo,
a redescubrir lo ya sabido, lo eternamente venidero,
a recorrer el camino de lo que hoy, sin saberlo, ya fui.
Cuando llegue ese momento, sin prisas, por favor,
que aunque todo lo borre, implacable, el tiempo,
habrá tregua a la memoria, y habrá gotas de amor,
que harán que venzamos, hermanos, a la muerte,
cuando nos llegue, a todos, el último momento.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA(V): APRENDER A VIVIR
Hace mucho, cuando me tomaba la vida realmente en serio, en la extraña y mágica infancia, ni pensaba en aprender a vivir: había tanto que aprender cada día, que no había tiempo de pensar en eso.
Un tiempo después sufrí, de la mano de la naturaleza, una metamorfosis similar a la de los capullos cuando se transforman en mariposas, proceso que en los humanos parece seguir una dirección inversa, y pasé de la infancia a la tormentosa adolescencia.
Tras sufrir el pertinente bombardeo hormonal, creí, de repente, saberlo todo, con lo cual tampoco tuve tiempo, ni necesidad, de aprender a vivir.
Luego vino el resto de la vida, los constantes cruces de caminos en los que cada cual, dependiendo de cómo, dónde y con quién, madura de una forma única e irrepetible.
Algunos, y sólo algunos, que nunca sabremos si son los más o los menos afortunados, descubren poco a poco que a vivir, como a respetar, amar o convivir, se aprende poco a poco y, de repente, todo se complica.
Es entonces cuando aprendemos que, básicamente, aprender a vivir es aprender que cada persona aprende a su manera, que cada mirada ve millones de colores iguales pero diferentes a los que ven nuestros ojos, que cada individuo es un universo único, que sólo la arrogancia o la ignorancia nos pueden empujar a intentar controlar o poseer.
Descubrimos también, con tanto miedo como asombro, que el principio de todo el proceso, la herramienta básica, nunca nos fue dada, y que debemos empezar por aprender a aprender, para dar el primer paso.
Cuando la curiosidad por saber y comprender se convierte en una costumbre cotidiana y placentera, enriquece la vida sin esperar más recompensa que el mismo placer de dar y compartir. Entonces sabemos que ya estamos en el camino.
Mientras tanto, consolémonos con formar parte de la minoría privilegiada que sabe reconocer, sin rubor ni conflicto, su más absoluta ignorancia, pues nos colocaremos así los primeros en la fila para salir de la peligrosa caverna de las falsas certezas, ese sombrío lugar donde nos criaron.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (V)
Hay que aprender a vivir
A veces parece que
la vida se detiene, pero no es cierto. Somos nosotros que descansamos al borde,
en la ribera del río para contemplar cómo discurre el cauce.
Podemos nadar y guardar la ropa, con la esperanza de que siga allí a nuestro
regreso.
O también podemos zambullirnos en el agua y mojarnos hasta los tuétanos.
Recuerdo tu cara triste los domingos por la mañana, cuando nos obligaban a
levantarnos muy temprano para la misa de 11. Las mujeres con el velo cubriendo
parte del rostro, los hombres cabizbajos, los niños jugando a ponerse serios,
las manos por delante del cuerpo, bien aseados y repeinados. En aquellos días de
invierno, en los que la lluvia repiqueteaba en las ventanas, convirtiendo las
tardes de invierno en una noche interminable, te recuerdo aún niña, pidiendo a
la abuela que contara una de sus historias. Ella siempre tenía algo que contar,
y te sentías segura envuelta en el manto de sus palabras. La abuela había tenido
una vida muy intensa, siendo aún casi una adolescente su padre la había casado
por poderes con el hijo de un acaudalado hombre de negocios emigrado a Argentina
en los años 40. Al parecer este señor que era pariente lejano, quería casar a su
hijo con una española de buena familia. Mi abuela recién casada por poderes y
con apenas 20 años se embarcó para la argentina un 20 de septiembre, que según
me contaba, fue un día gris y plomizo de finales del verano.
Cuando llegó a Buenos aires la esperaban allí su nuevo marido, al que aún no
conocía y el padre de este. El matrimonio duró sólo un año y ni siquiera llegó a
consumarse.
Mi abuela regresó a España tan entera como había partido. Pasados unos años y
superada la vergüenza, mi abuela volvió a casarse ya que la primera boda quedó
anulada.
De este segundo matrimonio nació mi madre, su única hija. De su aventura de
juventud recordaba el barco con todo lujo de detalles. El sopor que se vivía en
los camarotes cuando arreciaba el temporal y el barco que parecía un pelele
zarandeado por las manos de un gigante, lo asustada que se sentía por todo lo
desconocido, lo ajena que se sentía a su propia vida en esos momentos y sin
embargo la certeza que tuvo siempre en su interior.
Mientras contaba sus historias ,mi abuela, solía decirme lo importante que es
aprender a vivir,” hay que aprender a vivir” decía y fijaba en mí sus pequeños
ojillos negros como la noche y para eso tienes que saber escuchar y escucharte.
Y detenerte para tomar aliento, sosegarte para que no se convierta todo en un
tropel incontrolable. No importa si la marcha de tu vida se detiene como el
viaje por unos días, unos minutos, unas horas…no importa si vuelves a él con
renovada fuerza. Siempre podemos elegir, cada acto cotidiano es una elección y
nadie como nosotros es tan responsable de nuestras acciones.
Sus palabras vuelven a mí como una música pegadiza que se adhiere a nuestro
recuerdo y tarareas cuando menos te lo esperas. Y ligada a ese recuerdo sigue
estando la imagen de mi propia tristeza esas mañanas de domingo en las que nos
obligaban a levantarnos muy temprano para asistir puntualmente, bien aseados y
desayunados a la misa de 11 del Domingo.
Begoña Ramírez
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (V)
APRENDER A VIVIR
Cuando sólo había oscuridad, y el frío, la desesperanza y el miedo parecían
abarcarlo todo, resistieron, mientras se repetían a si mismos: “Esto también
pasará”, y sobrevivieron.
Cuando la vida les agasajó con regalos que ni habían imaginado que existieran, supieron relajarse y disfrutarlos, sin obsesionarse con poseerlos, y se limitaron a exclamar: “¡Qué hermosa es la vida!”, y sobrevivieron a la dicha, que también tiene sus peligros.
Así, mezclando luces y sombras, sabiendo encontrar en cada dolor un consuelo y en cada placer un regalo, intentando hallar un equilibrio en todo, entre el sí y el no, entre el perdón y la justicia, entre la memoria y el rencor, entre nuestros deseos y los ajenos, recordando siempre que, como dijera Tolstoi, la felicidad no está en hacer lo que se quiere, sino en querer lo que se hace.
Así tan sólo, día a día, golpe a golpe, poco a poco, aprendieron a vivir.
Nekovidal 2011– nekovidal@arteslibres.net
EL GRAN LIBRO DE LA VIDA (V)
Aprender a vivir (o Inocencio y el punto de encaje)
Inocencio ha llegado
decidido, pleno de convicción, esperanzado incluso, y con la sensación de que
esta tarde, por lo menos, va a conjurar su aburrimiento en un lugar donde seguro
aprenderá cosas nuevas. Para eso ha venido. Su amiga Claudia le habló de ello,
de lo bien que le estaban yendo esas técnicas, de los cambios que había
experimentado en su persona, cambios físicos, mentales y emocionales y,
especialmente, de lo divertidas que eran las sesiones y de las personas tan
interesantes y afines que estaba conociendo. Este fue el motivo principal que lo
convenció. Desde su separación expres ha estado muy solo. Sobre todo porque se
tuvo que ir a vivir al cortijo y la distancia y el silencio lo han ido aislando.
Los primeros meses fueron los peores, por eso se apuntó al gimnasio, pero ya
había pasado un año y el ambiente a sudor recocido, papillas energéticas y culto
al cuerpo lo tenían enardecido y un tanto hinchado. Al punto de llegar pensar en
medio de la masa humana del gimnasio: si seguimos así, esto no hay quien lo
ventile.
Esta gimnasia parece distinta. Por lo pronto el sitio es muy hermoso. La casa
donde se dan las clases de “pases mágicos” está enclavada en una de las cuestas
que bajan hacia el mar desde el barrio del Albaicín de Salobreña. Es una casa
pintada de rojo bermejo, con flores, yedras y un pequeño huerto donde se alzan
titánicos dos cipreses y una higuera busca la sombra de un olivo viejo. Las
vistas son de un cromatismo particular. El azul intenso del mar y el celeste
profundo del cielo se unen al enjalbegado de las casas y a los verdes de la
vega. El paseo por esas calles merece la pena, y parece en si mismo una terapia
apropiada para él.
En el interior de la casa se reúne una docena de personas, todas con ropas
cómodas y mirada risueña. Han dejado los zapatos en el zaguán y se distribuyen
joviales por el amplio salón entarimado. Inocencio se ha presentado a casi
todos, hombres y mujeres, de quienes instantes después no recuerda el nombre. El
del maestro sí lo recuerda, César, pues lo ha repetido un par de veces. Aprendió
Tensegridad en Barcelona, después de quedarse parado en la crisis de 2007. Y lo
más curioso es que “El Nublao”, que es su mote familiar, está siendo profeta en
su pueblo, profeta de los pases mágicos, además de regentar con éxito un
herbolario junto a su mujer, a quien se trajo hace tres años de Mataró. Lleva
una barba que parece recortada esa misma tarde y su mirada de ojos negros ya ha
escrutado a todos sus alumnos, incluidos los nuevos, el más nuevo Inocencio que
ha creído ver en ese rostro aquella estampa de Jesucristo de los viejos
recordatorios.
Les dice que lo que allí van a practicar y aprender deviene de una remota
sabiduría, que desarrolla los movimientos del alma, del cuerpo, de la mente, del
Ser en su integridad. Pases mágicos que restituyen la energía original,
inspirados en la premisa de que al devolver la energía a nuestros cuerpos
físicos, se nos despierta un vínculo con la fuerza vital que nos sostiene. Es el
movimiento del punto de encaje donde la percepción ocurre. Sintonizar con la
fuerza activa y vibratoria del Universo que los chamanes llaman Intento.
Luego dice no se qué de los Toltecas y que lo que percibimos como “realidad”
existe en una posición específica dentro del huevo luminoso, que es una especie
de bola del tamaño de una persona con los brazos extendidos, receptáculo de las
emanaciones, comandos o cuerdas semejantes a filamentos de luz, que se extienden
por todo espacio y tiempo, en la totalidad del universo.
Inocencio está un poco desencajado con tanto punto de encaje, tanto filamento y
lo peor es que ahora ese Punto de Encaje se tiene que desplazar a la posición
correcta a través del diálogo interno y las conductas de vida habituales; o sea,
que hay que cambiar de hábitos para encontrar el escurridizo punto, porque esta
ciencia no es una propuesta intelectual, no es filosofía, es una experiencia y
para comprenderla hay que practicarla, jugar con ella. Y para rematar viene lo
de sacar nota, que aunque allí no parece existir la competitividad exacerbada
del gimnasio, sí están lo más aplicadillos, su amiga Claudia es una de ellas, y
es que la tarea culminante a la que algunos se preparan, es que su Punto de
Encaje se “suelte” de dicha posición por algunos momentos, para con ello
iluminar nuevas fibras encontrando una nueva alineación, un estado de
“percepción acrecentada”, y si el movimiento es suficiente: percibir otra
realidad completa.
Inocencio se ha puesto cerca de una ventana, donde el cálido abrazo del sol de
la tarde baña sus hombros y sus manos que ya empiezan a tomar las posturas
enseñadas por César. Fija la mirada en las palmas, hace dos respiraciones
profundas, cierra los puños y sube los brazos por encima de la zona suprarrenal.
Luego llega el turno de los pies dando tres pasos que llaman: chasquear,
dispersar, deshacer el exceso. De continuo, y meditativos, hay que relajar la
sienes usando los pulgares y después las mandíbulas. Más respiraciones hasta el
ombligo. Ahora llega el cruce de brazos para colocar la primera falange de los
pulgares en los ojos, apoyando los codos en las rodillas, y permanecer unos
segundos para luego deshacer el movimiento, y volver a construirlo
Acto seguido Inocencio yace en el piso, boca abajo, con los brazos bajo el pecho
y los puños cerrados, mirando hacia la izquierda, con una sonrisa de oreja a
oreja, con el cuerpo trasero de una compañera a medio metro y el alma de toda la
clase flotando a ras de suelo. Es el momento de permanecer un rato en esta
posición examinando el día, siguiendo el flujo de la energía cósmica. La
compañera se ha vuelto y le sonríe. No recuerda haberla visto antes y eso que
saludó a todos los presentes. Parecen comunicarse sin hablar y esta agradable
sensación los lleva a reír a carcajadas.
Por ultimo César les contó una curiosa leyenda asiática. Un día, mientras Buda
meditaba bajo el árbol Bodhi, el árbol de la vida donde recibió la iluminación,
pasó por su cabeza la imagen de la triste condición del hombre: destinado al
sufrimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte. De los ojos del compasivo
Shidarta brotó entonces una lágrima y en el lugar donde cayó en tierra surgió el
arbusto del té, la reconfortante poción que habría de servir de alivio físico y
consuelo espiritual a toda la humanidad. En seguida el maestro sirvió a sus
alumnos una humeante taza de té, dejándoles la advertencia que el mejor té verde
de la Costa lo vendía en su tienda.
Esa noche Inocencio no sabe si ha movido su punto de encaje, aunque sólo sea un
poquito, pero sí se acuerda de su compañera de la última postura sintiendo un
leve hervor en el plexo solar. No sabe mucho de ella, sólo que se llama Amalia,
que trabaja en una pizzería del barrio alto y que libra los miércoles, que es el
día de las sesiones. Buen dato para que la semana próxima la invite a cenar algo
que no sea pizza.
La excursión a Salobreña ha merecido la pena, visitar ese barrio tan bucólico,
mover el cuerpo y hacerlo encajar con su mente y emociones, el descubrimiento
del sabor y el aroma del té, conocer a Amalia mientras se disolvían sus yoes
entra carcajadas, destrabados o no sus puntos de encaje; en definitiva: aprender
que se puede aprender a vivir de otra manera.
Franjamares