RELATO ENCADENADO
Sofía termina de ordenar los papeles de su mesa de trabajo, ya ha pasado un rato de su hora de salida pero no le importa, no soporta el desorden, es meticulosa casi rayando en la manía. Sabe que es debido a la educación tan rígida que ha recibido y se odia a si misma por ser así
Pero hoy es un día de cambio para ella, se ha levantado con ilusión, se ha sorprendido cantando en la ducha, y mientras desayunaba no le ha importado el victimismo de su madre ni el gesto hosco de su padre.
- ¿Sabes a qué hora vino tu hermano anoche?
A quien le importa, esta casa se está yendo a pique y a nadie le importa,- se queja su madre con la misma cantinela de siempre. La oye como el que oye llover, su padre gruñe mientras traga la tostada. -¡Ya vamos a empezar otra vez!-
Al llegar a la oficina se encuentra con Carmen, su compañera de trabajo, -Que, Sofía ¿te has decidido ya? - Sí…si vamos a compartir piso, mañana mismo empiezo a llevar mis cosas.-
-Y tu madre ¿lo sabe? – No, se lo diré hoy, pero esta vez paso de sus chantajes emocionales.-
Ahora mientras espera que cambie el semáforo para cruzar, piensa en sus padres, ya sabe sus reacciones, su padre le dará igual, como siempre procurará volverse invisible para todo lo que signifique problemas. Su madre, volverá a poner el grito en el cielo y gimoteando dirá, ¡Que va a pensar la gente! En esos pensamientos estaba cuando un coche al pasar por un charco la salpico por completo de agua y lodo…
A punto estuvo de soltar una palabrota, pero al girarse se encontró con la cara de un niño que la miraba sonriendo, mientras le decía: A mí también me gusta jugar con el agua.
Esa frase la cambió en lo más profundo de su ser, pues empezó a pensar que todo podía verse en la vida de dos maneras, una optimista y otra pesimista, y eso es lo que tenía que empezar a hacer, mirar con otros ojos cuanto le sucediera.
Al llegar a su casa y ponerse a preparar el equipaje se encontró de frente con su madre, que, hecha un puñado de nervios le gritaba: ¡Estás loca! ¿Dónde vas a ir tú, si nunca has sabido valerte por ti misma?
Respiró hondo antes de contestar, y suspirando dijo: Por eso, madre, por eso me voy, para aprender.
Sofía no tenía muy claro si lo que estaba haciendo era lo correcto o una gran locura, y en estos pensamientos estaba inmersa cuando sonó el teléfono . . .
Llamaban desde comisaría, su hermano había sido detenido por conducir ebrio y avisaban a la familia para que lo fuera a recoger. No estaba detenido, simplemente no estaba en condiciones de conducir y el agente lo había llevado a la comisaría.
- ¿Quién es? pregunta su madre con el mismo tono de angustia que utiliza siempre.
Sofía no sabe si decirle la verdad porque le tocará a ella acompañar a su madre y no quiere retrasar su marcha ya que ha tomado la decisión de irse.
Titubea un poco, da las gracias por la información y cuelga.
-¿Quién era? vuelve a preguntar su madre.
Sofía sigue sin saber qué decir hasta que sin saber cómo pronuncia unas palabras - Se han equivocado de número mamá.
-¿Seguro? Mira que tu hermano no ha a parecido aún y me temo lo peor.
_Tú siempre te temes lo peor mamá-replica Sofía entre dientes, al tiempo que se dirige a su habitación para terminar de preparar su equipaje.
Era demasiado el tiempo que llevaba aguantando en la casa. Ya no podía resistir más los llantos y quejas de su madre, ni los malos modos de su padre. Estas ideas se le venían a la cabeza entremezcladas entre otras que le hablaban de su hermano, de que debería decirlo y de ir a recogerlo pero un ¡No, ya no aguanto más! Retumbó en su cabeza. Su hermano necesitaba hacerse cargo de su vida y que no lo estuvieran sacando siempre de apuros.
Siempre había sido ella la que solucionaba todos los problemas de la familia y colocaba las cosas en su sitio pero tal vez por eso, los demás se evadían la responsabilidad.
¿Pero serás capaz de irte dejándonos así y sin saber nada de tu hermano?, dijo la madre.
¡Déjala mujer! Ya verás como vuelve rápido.
Y sin decir una palabra más Sofía cogió la maleta, se despidió y salió dando un pequeño portazo. Volvió a abrir la puerta y dijo: Se me había olvidado completamente que me dijo mi hermano que no lo esperáramos.
Una gran sonrisa le ayudó a cerrar la puerta ¡Por fin era libre!
Avanzó alegremente por la acera hasta la casa de su compañera, imbuida en sus pensamientos. Se habían conocido hacía apenas un mes, pero algo le dijo que aquella era la persona con la que deseaba compartir sus días. Y sus noches. Nunca antes se había sentido tan feliz al lado de otra mujer. Andrea no era especialmente atractiva…desde luego no fue eso lo que la atrajo en el primer momento; aunque sus dientes eran blanquísimos y, sus labios…sus labios le recordaban las frambuesas de su niñez.
Pasó por delante de una relojería y, tras el lujoso escaparate, entre los repletos estantes, le pareció ver una dentadura postiza. Volvió sobre sus pasos, una vez superada la sorpresa, pero la dentadura ya no estaba, y solo el dorado y niquelado de los brazaletes, las multicolores esferas, habitaban el espacio de las baldas. Siguió avanzando hacia la casa de Andrea, pero esta vez la alegría parecía haberla abandonado. En su lugar, oscuros, irreconocibles pensamientos la embargaban el alma. Sentía que sus pies pesaban más que sus maletas y no conseguía pensar con claridad. Se sentía como hipnotizada por un suceso que no había ocurrido, algo que no podría compartir con nadie…al menos, no sin que la tomasen por loca. Esto casi la hizo reír, pero pronto volvió a su estado sombrío, como si una nube negra la atenazase, como…sí, eso, sentía como si alguien…o algo…la tuviese atrapada en una red, sentía que tiraban de ella hacia atrás…pero no osaba volver la cabeza. En su mente, como cuando cerramos los ojos tras mirar a una bombilla, reaparecían esos blancos dientes, fulgurantes y viajeros.
No podía presentarse en ese estado a su amiga, ¡su primer día de convivencia!
Pero, ¡Qué hostias! Me presentaré de una vez por todas como soy, ni más, ni menos, se dijo. Tengo que superar esta puñetera manía que arrastro desde no se cuando de aparentar lo que en realidad no soy: una mujer sin complejos, una chica que nunca ha roto un plato, una sonrisa encantadora, unos modales delicados....... que se desvanecen a la primera de cambio por una tontería, cuando la realidad del contacto cotidiano supera toda ficción.
No, tampoco me gustaría que Andrea se mostrara como lo que no es.
Ensimismada con esta problemática, avanzando mecánicamente, no advirtió que se hallaba ante la entrada al jardín, en cuyo fondo se encontraba la casa donde vivía Andrea, cerrado con una puerta imponente de hierro forjado formando filigranas que atrajeron su atención por su intrincado dibujo.
Un letrero que colgaba de uno de los hierros retorcidos que forjaban la impresionante obra de arte, decía: Pasa sin llamar, el perro no es peligroso.
Se asomó entre los barrotes antes de empujar la reja y efectivamente, a la izquierda de la casa y bajo un árbol enorme acertó a ver un perro tipo Dóberman sentado junto a su caseta y extrañamente quieto.
Una voz chillona y un tanto desgarrada sorprendió a Sofía: ¿Es que no has visto el letrero? No tengas miedo, es un perro de madera. Gritaba Andrea desde una ventana entreabierta de la segunda planta de la casa. Un escalofrío recorrió su cuerpo y al retirar la cabeza bruscamente de la reja se arañó en la cara levemente. Observó unas minúsculas manchitas de sangre en el pañuelo que sacó para palparse la herida. No era nada, pero no dejaba de venirle a la mente como una imagen de fondo el hecho de haber visto de nuevo los dientes relucientes que vio en el escaparate al verse sorprendida por los gritos un tanto estridentes de su futura amiga...
Andrea bajó corriendo a recibirla. Y en medio del jardín, junto al perro de madera, testigo silencioso, se dieron el abrazo más singular que nunca se habían dado. Fue un abrazo de amistad donde su fundían libertad y complicidad. Al separarse Andrea notó la sangre y exclamó risueña:
¿Quién te ha dado ese tarascón en la cara? Vamos dentro, te limpiaré esa herida.
Las heridas que Sofía llevaba por dentro eran más difíciles de lavar. Una de ellas salía de la mente a sus labios, con el escozor, mientras su amiga pasaba un algodón mojado en agua oxigenada por su mejilla.
-He dejado a mi hermano en la comisaría, borracho como una cuba…
-¿Como es eso?
- Que llamaron de la policía diciendo que estaba allí, ebrio y retenido, y no se lo dije a mis padres… He preferido venir aquí.
- No te preocupes, ahora mismo llamo a tu casa y les doy la noticia. ¿Quieres beber algo? Me arreglo un poco y vamos a ver nuestro apartamento. Se encuentra en el barrio alto. Así que tiene buenas vistas y está a un paso de la oficina.
-Sí, cariño, a un paso… cuesta arriba. Sólo me apetece agua.
-En seguida te la traigo.
Andrea se perdió tras una puerta que daba a la cocina. Entonces sonaron unos pasos de pisada ancha y fuerte, como de hombre. Sofía, alertada, giró cuerpo, cabeza y mirada hacia las escaleras. Surgió la figura de un hombre joven, vestido de vaqueros y camiseta negra, con el pelo a media melena y, lo más llamativo, una sonrisa blanquísima que la puso en pié como si un resorte del sofá se hubiese desprendido debajo de su culo. Era la misma sonrisa que había creído ver en el escaparate. ¿Se había anticipado al tiempo? Qué raro parecía todo. Una sincronicidad extraña parecía haberla avisado del encuentro y ahora le hacía ver que algún significado íntimo había en ello.
- Hola. Soy Marco, el hermano de Andrea. Ese apartamento te va a gustar…
-¿Como? Vas a vivir tú también allí…
-No. Tranquila, no alteraré la intimidad y convivencia de dos buenas amigas. Lo digo porque fui con mi hermana a apalabrarlo, y me gustó bastante… Y ahora os voy a llevar con mi coche.
-¡Ah!...
En seguida aparecía Andrea con el agua.
-Ya he avisado a tu madre. Casi oigo su desmayo por el auricular. Pero tranquila, sobrevivirá a esto.
-Cuando queráis, chicas. Dijo Marco con las llaves del coche en la mano.
-Vamos, sí, vamos a ese apartamento – sentenció Andrea asaltada por una súbita subida de energía vital que, desde luego, no era efecto del sorbito de agua necesitado que acabada de dar.
Durante el trayecto, se instaló en el ambiente un extraño “feeling” de “deja vú”, como si aquella misma situación ya la hubieran vivido todos antes; ninguno de los tres dijo nada pero progresivamente se fue apoderando de cada uno una suerte de conexión telepática que, por momentos se percibía como una tensión en la parte frontal del cráneo, dando la sensación de que el cerebro estaba a punto de sufrir un cortocircuito. Andrea miró a su alrededor y comenzó a ver como una extraña energía que iba envolviendo el interior del vehículo ¡para por favor...! de su garganta salió un grito desesperado…
La persona que con ojos de terror la miraba desde la calle, justo frente al coche, era su hermano; no estaba borracho, no estaba disgustado, solo le sonreía extendiéndole las manos en una invitación a que lo acompañase. No sabia que hacer, no entendía nada ¿no estaba su hermano detenido por embriaguez en alguna comisaría del otro lado de la ciudad?
Mientras su amiga le palmeaba la cara llamándola por su nombre, el hermano buscaba afanosamente donde detener el coche. Todo lo veía en nebulosa. De repente, un fuerte frenazo la hizo reaccionar; abrió pesadamente los ojos: habían llegado a su nueva casa. Tenía la rara sensación de haber dormitado y soñado con su hermano. Un atisbo de remordimiento, por haberlo dejado en las circunstancias que lo hizo, quiso aparecer en su mente; pero no lo dejó, sacudió su cabeza con fuerzas, ahuyentando cualquier pensamiento indeseado; sonrió a su amiga y, aún sabiendo que diría una frase hecha, le dijo: hoy es el primer día del resto de nuestras vidas.
Asociación cultural Sin Fronteras ENTRELINEAS – 2011