PRIMER ENCUENTRO GASTRONÓMICO LITERARIO EN ACCIÓN
20-03-2010

Encuentro gastronómico literario – IV Festejarte
En los encuentros literarios se intenta hermanar la literatura con otras formas de expresión artística: música, pintura, gastronomía, etc. La forma de tal hermanamiento es completamente libre.
En el caso del encuentro gastronómico literario cada participante lleva un plato de comida que es saboreado por los asistentes para pasar luego a escribir durante unos diez minutos sobre cuanto dicho sabor pueda sugerir.
Este encuento
concreto, organizado por Artes Libres y la Asociación Cultural Sin Fronteras
Entre Lineas, se ha encuadrado dentro del IV Festejarte “Saboreando la vida”.
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1 – La guinda
En un abrir y cerrar de ojos engulló Bartolo la guinda mezclada con piña y queso y sintió unos resplandores como nunca había experimentado, parecía que saboreaba un exquisito manjar traído de allende los mares con los encantos con que se envuelven en los parajes caribeños. Fue, según cuentan, un bocado de cielo, algo fuera de lo común que les infundió excelentes sensaciones por todas las células del cuerpo.
La pena que le embargaba era que lo presentía escaso para sus enormes ansias repentinas que le entraron al contactar con sus aromas. Sin embargo llegó a la conclusión de que en adelante, cuando se encontrase deprimido, con el ánimo por los suelos, se prepararía un buen plato de pinchos a base de guindas, queso, piña y vinagre balsámico de Módena, y conseguiría lo que no está en los escritos, reírse de todas las calamidades del cosmos.
José
Guerrero Ruiz
2 – Alga de mar
En qué estaría pensando Luisito cuando su madre lo sorprendió exhalando un olor a mar, a auténtica sal extraída de las profundas cavernas marinas y permaneciendo obnubilado por las excitaciones que se agolpaban en su paladar. Luisito no acertaba a deslindar un sabor de otro, se perdía turbado entre los bordes de la mar sin saber a qué carta quedarse, entre el picorcillo y la alegre dulzura de su textura hasta el punto que imaginaba que ingería un conglomerado infinito de productos marinos mezclados entre sí con el agua untada de aleteos marinos nunca vistos, caracolas, pulpos, jibias y diferentes cangrejos. Un pincho que se clavaba en el sentido y abría de par en par el apetito de la vida.
Y sin avisar, llegaba como la primavera y lo dejaba todo revestido de una tupida cortina de erotismo culinario.
José Guerrero Ruiz
3 – Tortilla a la
japonesa
Su corazón duro, insensible, empezó a soltar paulatinamente unos destellos de arco iris de inhóspitas sensaciones que se disparaban como el fuego a través del paladar por todo el entorno embadurnando con su recio cuerpo las exangües vitaminas que aún sobrevivían entre los resquicios del ambiente.
Una voz le decía, no te resistas, necia, serás masticada como el león tritura a su presa y no quedará de ti ni rastro. Aunque en un principio te envalentones, tarde o temprano, tortilla a la japonesa, incluso sacando tus ásperos aguijones, casi metálicos, a la postre, irás poco a poco ablandando o derritiéndote como un acaramelado flan. Y si quieres emular a la tortilla francesa o española necesitarás echarte en remojo al menos veinticuatro horas y propinarte una sutil paliza antes de arrojarte a las entrañas infernales del aceite hirviendo en la sartén, y a buen seguro que triunfarás, que te saldrás con la tuya acaparando los piropos más dulces jamás oídos incluso fuera de tus fronteras.
José Guerrero Ruiz
4 – Pincho de jamón con huevo de codorniz
El rico jamón hizo una de las suyas y se fue trasformando lujuriosamente en una sensacional papilla penetrando por la angosta garganta contra viento y marea, abriendo los intersticios del alma y despertando a la llamada de la vida de manera fantástica al recibir el sólido y compuesto alimento fortaleciendo la fragilidad que nos circundaba con rojizos pellizcos de cerdo y la clara y la yema de codorniz.
En los ratos turbios, de espesa niebla, en que vamos desnortados y tambaleándonos por polvorientos caminos, una buena receta para generar entusiasmo e ingenio será sin duda degustar pinchos de jamón serrano con huevos de codorniz, hágame caso querido lector, será la mejor medicina para espantar los miedos y cubrirse de gloria, de un manto de beatífica luz y podremos entonar con la boca llena un sinnúmero de aleluyas, ya que se acabará de una vez por todas cualquier indicio de crisis pandémica.
José Guerrero Ruiz
5 – Pincho de remojón
granaíno: bacalao, patatas, olivas, aceite y sal
Aquel día Alberto se saltó la norma cogiendo el bañador y la toalla rumbo a lo desconocido, pensó él, aunque la cosa estaba cantada. Tomó los utensilios indispensables para gozar de un remojón en la alberca que había según se sube por la loma del Corralillo del pueblito. Pero aquel día se llevó un chasco descomunal porque la halló vacía, debido a que el dueño la había desprovisto de la compuerta a fin de regar los sedientos campos y no contenía ni una gotita de agua. El remojón se difuminó como breve tormenta de verano.
Sin embargo, finalmente tuvo una idea que le despejó el horizonte. Se acordó del remojón tan original y sabroso que preparaba su tía Engracia, y ni corto ni perezoso encaminó sus pasos en esa dirección. La mezcolanza mental del remojón fallido y el hallazgo fortuito del excelente remojón de su tía se revolcaron en su presencia descaradamente con distinto sabor, logrando al final salir victorioso de la tremenda frustración de que fue objeto cuando arribó a la alberca y observó que sólo habían quedado dentro restos de ranas, sapos, basura, alguna maltrecha prenda íntima y un rijoso lodo.
José Guerrero Ruiz
6 – El queso y el pavo
El hombre andaba sin rumbo, totalmente perdido, le desagradaba sobremanera la labor que desempeñaba en una fábrica de quesos. La alergia que padecía no le permitía aproximarse apenas a los condimentos que manipulaba y que debía revolver con parsimonia para la obtención de tal producto, por lo que al poco tiempo de entrar a trabajar en dicha fábrica se vio obligado a pedir la baja por enfermedad muy a su pesar, pues no estaba el horno para bollos, sobre todo por la grave crisis que reinaba en ese período.
Cuando transcurrió el tiempo reglamentario de baja, pasó a engrosar las listas del paro, al no poder incorporarse de nuevo a su antiguo empleo. Ante la apremiante necesidad de encontrar trabajo que tenía, comenzó a recorrer distintos lugares, variadas empresas, pero a cualquier parte que llegaba con el currículo le daban con la puerta en las narices. Se sentía triste, desesperado, destrozado.
Un buen día se cruzó en su camino una gigantesca granja de pavos, se detuvo ante ella saboreando las mieles del éxito al pensar, esto sería una magnífica solución para mí en el estado anímico en que me encuentro últimamente. Después de calibrar los pros y los contras se acercó a la oficina y entregó su currículo, llenándosele la cara de alegría al ser admitido de inmediato.
Mas cuando corría el aire de tramontana y le traía el horroroso olor a queso, se le inflamaban las meninges y le provocaba nudos en la garganta de suerte que se le atragantaba el pavo que comía hasta llegar a encontrarse atolondrado, absolutamente incapacitado para cualquier actividad laboral o de relax, y por supuesto no podía tragar ni bocado, con lo que le fascinaba la carne de pavo, era para él algo mítico, hasta tal punto que entraba en tales circunstancias, sin saber cómo, en la etapa de cuando tenía la edad del pavo.
José Guerrero Ruiz
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1 – Guinda queso piña
Aunque parezca mentira, lo que recibí como primera impresión cuando entre en Delhi fue aquel maremágnum de olores que pronto se convirtieron en impredecibles sabores, siempre cargados de fuertes especias. India desde el norte hasta el sur y del este hasta el oeste es un gigante en todos sus aspectos. Fue la joya de la corona inglesa y no podía ser de otro modo. La variedad y la cantidad son abrumantes: gentes, colores, sabores, razas, culturas, olores, sonidos…es una fiesta de los sentidos que no terminan de embriagarse pues siempre hay más. Uno regresa y vuelve con todo aquello en la memoria de los sentidos, imbuido en ello. La adaptación al nuevo mundo occidental es muy difícil y necesita de bastante tiempo. Aquí sobra el vacío y la apatía. Todo parece amorfo, incoloro, insulso e insípido. La depresión está servida.
Diego Pérez Sánchez
2 – Tortilla japonesa
Cada mañana salía a los sargazos costeros a ganarse la vida. El mar le entregaba a diario la posibilidad de sobrevivir en aquella isla azotada por los vientos, abandonada por los humanos mucho tiempo atrás. Sus necesidades eran pocas y las veía satisfechas con aquella facilidad que la madre naturaleza le brindaba. Pero un día llegaron los japoneses a aquellas costas y comenzaron a extraerlas con sus enormes barcos. Vio cómo iba desapareciendo su paraíso ante sus ojos. Después solo le quedo buscar trabajo en aquellos barcos y aquel fue el final de sus sueños.
Diego Pérez Sánchez
3 – Remojón buatizao
Aquel encuentro había salvado mi vida. Lo tenía decidido, iba a adentrarme en las aguas y dejarme llevar, pero aquel encuentro dio un vuelco inesperado a mi vida. Dijo llamarse Juan y salió de las aguas en el preciso momento en que yo me disponía a tumbarme en sus brazos. Me recogió como un cuerpo muerto y me devolvió a la orilla, depositándome en la arena con maternal cuidado. Una luz lo envolvía. Volvió a la orilla y se acerco a mí con una caracola repleta de agua en sus manos que vertió sobre mi cabeza. Va, calao, me dijo o eso creí entender. Y desapareció, se desvaneció ante mis ojos. Creo que me quede dormido algunas horas pues cuando desperté era ya noche cerrada. Me sentía envuelto por un alo místico que ya no me ha abandonado. Vuelvo a menudo a aquella orilla, buscando a Juan. La posibilidad de verlo salir de nuevo de las aguas mantiene mi esperanza viva.
Diego Pérez Sánchez
4 – Pan y queso
Pan y queso, pan y cebolla, pan y vino para andar el camino. Alimentos históricos que han nutrido a ricos y pobres durante incontables generaciones. Símbolo de la civilización. Cuando el hombre se hizo sedentario, planto cereales y los cocinó al fuego, crió animales y aprovechó sus productos. Con el pan y el queso comenzó la abundancia, la capacidad de almacenar cereales tras el estío, acompañarlos con la leche conservada fermentada. Pequeños inventos gastronómicos de unas consecuencias astronómicas. Sabrosos siempre, en sus mil variedades, condimentados, condimento a palo seco o regados con vino, ese zumo de frutas que se guardaba en las ánforas de barro. La abundancia de estos productos y su fácil conservación ofreció la posibilidad de intercambiar, de acumular, y los primeros ricos eran seguramente los que pudieron acumular estas viandas.
Cada vez que saboreamos un sencillo trozo de queso deberíamos dar gracias a aquellos que lo inventaron. ¿Qué te llevarías si no a una isla desierta para comer toda la vida?
Diego Pérez Sánchez
5 – Mar
El mar siempre recomienza. Ese sabor salado, ese olor que se mastica cuando sopla el viento tierra adentro. Cuando vi por primera vez el mar me atrajo como un canto de sirenas. Aquel olor a sal me recordaba sueños nunca tenidos que buscaban existir. Había nacido en la mancha, ese mar de cereales y viñas agitados por los vientos, ese olor seco y asfixiante de los veranos, el frío penetrante de los inviernos. Mi primer impulso juvenil fue buscar los relieves, los contrastes y el verde de las montañas…pero con la vista del mar al fondo, cercano, prometido. Y supe que no podría vivir lejos del agua inmensa, con la misma certitud de que tampoco podría vivir dentro de ella.
Diego Pérez Sánchez
6 – Jamón y huevo de codorniz
Salieron en la oscuridad de la noche sin luna, con las escopetas escondidas en los sacos a sus espaldas. Avanzaron sigilosos por las calles desiertas, lanzándose miradas furtivas de complicidad culpable., hasta que llegaron a los campos de frutales.
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Esta noche vamos a sorprenderlos seguro... No se mueve ni una brisa. Seguro que están todos en el mejor de sus sueños, decía uno. | |
| Compartiremos los disparos, la mitad cada uno, dijo el otro. |
Se acercaron a un árbol frondoso y sacaron las escopetas de los sacos. Las cargaron.
El que habló primero encendió una linterna y se coloco bajo la copa, con el saco abierto, el otro apuntó en la dirección que inundaba con su luz el foco y realizó el disparo. Varios cuerpos cayeron al suelo, iluminados por la luz de la linterna. Empezaron a llenar el saco precipitadamente. Repitieron la escena en varios frutales hasta casi llenar uno de los sacos.
Por la mañana los llevarían, ya desplumados, al restaurante donde les darían a cambio una comida y algunas monedas para ir tirando un día más.
Diego Pérez Sánchez
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1) El vacío
gustativo (guinda con queso y piña)
-En aquella pesadilla él, que nunca había sabido apreciar el valor de un buen queso, soportaba durante horas la conversación entusiasta de entendidos sobre el tema.
Se enteró que había un arco iris de quesos: azules, verdes, blancos, etc, que los había con nombres campestres como el cabrales y hasta de connotaciones eróticas tanto por la forma como por el nombre: queso gallego de tetilla.
Así transcurrió la larga noche, entre el sabor que se asemejaban al suerto y el olor de quesos fuertes o de pies blandos.
Así hasta que despertó zarandeado por su madre, que señalando una revista con fotografías de hermosas hembras humanas, le increpó:
-“¿Qué es eso?”.
-“No, por favor, más queso no”, contestó él desesperado.
Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net
2) Alg@ de mar
(canapé de salmón y langostinos cubiertos de
algas)
-Mientras descendía, el sabor salado en la garganta le iba recordando un rosario de retazos de memoria, zarandeadas por la penuria de las circunstancias. Sabía, además, que ya lo había vivido antes. La visión de las algas frente a él, competían con el recuerdo de los salmones que pescaba con su padre en la lejanísima infancia.
Como títeres, sus compañeros bajaban uno a uno con movimientos desesperadamente violentos unos, ya inmóviles otros, y, sobre todos ellos, las sombras de los restos del barco.
Sería uno de los decenas de miles que perdieron su vida en el mar, uno más.
-“Alga y algo son palabras que se parecen”, fue su último pensamiento.
Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net
3) Tortilla de
algas japonesa (tortilla de wakame)
-Imai y Momoko se conocían desde la infancia: muy hermosa una, hermosa sólo para sus padres la otra.
Entre secretos y temores fueron descubriendo juntas en su adolescencia el mundo masculino, y juntas se decepcionaron ante un presumible futuro de machismo, insensibilidad y mentiras.
En el vigésimo segundo cumpleaños de ambas, que celebraban juntas desde los siete años, dieron el paso que cambió sus vidas: un beso que accidentalmente hizo chocar sus labios fue el detonante.
Imai nunca comprendió, en los casi doce años que duró su relación, cómo podía ser atractiva a ojos de la hermosa Momoko.
Ya siendo ancianas, viudas y abuelas ambas, Momoko se lo confesó:
-“Era tu sabor, el sabor de tus labios me recordaba las algas que comía en casa de mi abuelo, en la costa de Shikoku”.
-“Eso era, qué curioso, a mí de ella me gustaba todo, pero siempre sentí que me quería y que me deseaba más a mí que yo a ella”.
Imai sobrevivió ocho años a su amiga y los últimos dos, ya con noventa y ocho, sólo comía sopa de miso, siempre con algas.
Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net
4) Codorniz con abrazo de jamón a la salsa de ave (canapé de huevo de codorniz con jamón serrano y salsa)
-El chef Moliá se había dado cuenta: mientras la licuadora trituraba la base de la salsa, al abrir la tapa para añadir una pizca de jengibre, en los apenas cinco segundos que su ayudante había tardado en volver, habían caído varias cucarachas desde el extractor, inexplicablemente aparecidas en la impoluta cocina.
El chico, nervioso por formar parte de uno de los equipos finalistas, había pulsado el interruptor.
Moliá sabía que iban bien de tiempo, pero no lo suficiente para repetir todo el proceso. Con la rapidez mental que le caracterizaba, dijo:
-“Dale un minuto más a la licuadora”.
El chico obedeció sin comprender ni rechistar. Moliá pensó que, ya que estaba arriesgando toda su reputación y su carrera, tenía que jugárselo todo a una carta: ¿qué sabor darían las cucarachas? Restos crujientes, proteínas y seguramente algo de acidez. Lo llamaría Codorniz con abrazo de jamón a la salsa de cuc.
Ganó el concurso. El plato se hizo famoso y ya en su vejez confesó el secreto de su salsa y el significado de su enigmática frase, repetida durante años a sus clientes.
-“Ninguno de ustedes podrá probar jamás la verdadera salsa al cuc, aquella primera salsa . . . ninguna como aquella original”.
Nekovidal– nekovidal@arteslibres.net
5) Remojón granaíno
-Bill, un adolescente americano ocupadísimo en buscar algo en que sentir que la vida no era sólo esperar, despreciaba profundamente a los campesinos, tanto los del Medio Oeste de su país como los europeos, especialmente los mediterráneos, tan curtidos por el sol que era difícil adivinar si eran blancos siquiera.
Pero aquella semana de esquí en Sierra Nevada habría de cambiar varias cosas en su vida: su gusto y su concepto de los campesinos entre otras.
Con una pierna rota y una afonía que le impedía pedir socorro a otros esquiadores, que esquiaban a unos cientos de metros, vió cómo caía la noche y, por primera vez, conoció el miedo.
Se abrigó como pudo, y cuando la punta de sus pies empezaban a independizarse de su cuerpo, notó un golpe en el hombro:
-“¿Qué haces aquí, mushasho?”
Llorando de alegría intentaba expresarse con voz casi inaudible:
-“Soy americano, tengo dinero, ayúdeme”.
-“¿Y para qué quieres ahora el dinero, p'a quemarlo? Esta noche te llevaré ahí, al refugio de las cabras, y tranquilo, que no te dejaré sólo, que en la estación no hay nadie. Mañana bajaremos al pueblo”.
-“Viejo estúpido”, pensó Bill, “no comprende nada”.
La nevada seguía cayendo como una cortina infinita de algodón. Ya en el refugio, le preguntó:
-“¿Tienes hambre, mushasho?”
-“Sí, quiero una hamburguesa con patatas”, dijo con ironía.
-“¿Hamburguesa . . . ? Prueba este remojón”
Y lo probó, y le gustó, y le alivió, y a cada bocado aquella cara curtida y arrugada le parecia más amable y hermosa.
Ese sabor fue el detonante, luego vino el dolor, que apenas conocía, en el hospital. Allí mismo un secretario de la embajada americana, una voz que escuchó con respeto, le explicó que aquel hombre realmente le había salvado la vida, que quienes intentaron volver al pueblo bajo aquella descomunal nevada, se habían perdido y había dos desaparecidos, casi seguro, ya muertos.
Así comenzó Bill su vida, su verdadera vida, superando su ceguera, aprendiendo a mirar más allá de las apariencias y los prejuicios, aprendiendo, simplemente, a vivir.
Nekovidal – nekovidal@arteslibres.net
6) El pavo y el queso (canapés de pavo y queso)
-Se pavoneaba el pavo ante la vaca:
-“Aunque seas más grande que yo, es evidente que soy a ti. A ti te usan los hombres para robarte el alimento que has de dar a tus hijos ¡Qué pena me das!”.
La vaca, resignada, pensaba:
-“Tiene razón. Al pavo lo alimentan, no lo esclavizan, lo tratan con respeto, mientas que a nosotras las vacas nos usan como fuente de su alimento”.
Ya en diciembre, un buen día, el pavo desapareció. La vaca, siempre menospreciándose a sí misma, pensaba:
-“Le habrán llevado a una granja mejor, seguro”.
El pavo había descubierto su destino, pero el precio había sido yacer asado en la mesa de los amos.
El zorro, que había asistido varias veces a la escena en que el pavo insultaba a la vaca, no pudo evitar pensar:
-“¿De qué sirve la felicidad si no eres consciente de ella? ¿Qué daño te puede hacer la tragedia, si estás convencido de vivir en una comedia?”.
Y por último, con su astucia natural, se preguntó:
-“¿Cuál de estos dos es en realidad más estúpido?”.
Nekovidal– nekovidal@arteslibres.net