Los verdaderos héroes de la Historia Humana
Los libros de historia, siempre escritos al dictado de los vencedores de alguna guerra o genocidio, están repletos de nombres de reyes, políticos, militares y otro tipo de personajes, cuyo mérito no ha sido más que saber encontrar la forma más rápida de asesinar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible, utilizando para ello como disculpa el honor, alguna patria, alguna religión o alguna ideología.
Pero la historia de la Humanidad está repleta de otros seres humanos, apenas conocidos por la mayoría, que tuvieron una actitud constructiva, que supieron ayudar a sus semejantes, bien mediante gestos pacifistas o dialogantes que evitaron guerras, o mediante estudios e inventos tecnológicos, a través de la investigación médica, o creando filosofías humanistas. Casi ninguno de ellos ha sido reconocido ni recompensado por la memoria ni la historia oficial.
Creemos que ha llegado el momento de reescribir nuestra historia, poniendo a los reyes, políticos y estrategas militares, en el lugar que les corresponde: el de seres enfermos de ambición y codicia que sólo han provocado dolor y sufrimiento a lo largo de los siglos, y colocando en el altar de la memoria a las personas que se sacrificaron por la paz, el progreso y el bien común, por un mundo algo mejor, del que ahora, los supervivientes, disfrutamos.
Desde aquí queremos rendirles este modesto y merecido homenaje mediante la serie titulada "Los verdaderos héroes de la historia humana", que hoy comenzamos.
ARTES LIBRES
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THEO FRANCOS
Theo Francos vivió 98 años, los últimos 68 con una bala alojada en el tórax, a escasos milímetros del corazón, que le dispararon en la II Guerra Mundial, en Holanda, en un pelotón de fusilamiento. “Oí el comienzo del tableteo de las metralletas y me dejé caer. Todo se volvió negro. Entonces se produjo el milagro. La bala que debía haberme tocado el corazón fue amortiguada y desviada por una insignia metálica de paracaidista que llevaba en el uniforme. Gravemente herido, caí en la fosa con mis compañeros muertos”, relató a la fotógrafa Sofía Moro en su libro Ellos y nosotros. “Los alemanes no nos remataron ni nos cubrieron de tierra y cal, sino que decidieron dejarlo para el día siguiente. Segundo milagro. Antes de su llegada, al alba, se produjo el tercer milagro. Una pareja de campesinos holandeses pasó por delante de la fosa para empezar su jornada de trabajo en el campo. Eran de la Resistencia. Sorprendidos, descubrieron la carnicería y observando los cuerpos vieron que uno entre ellos se movía todavía un poco. Era yo”.
Aquella pareja lo escondió y cuidó hasta que se recuperó. Francos nunca quiso sacarse la bala. Le dio miedo. Cada tres meses pasaba una revisión para comprobar que no se había movido. Solía decir que su vitalidad le venía del metal que aquel proyectil le iba administrando a la sangre. Estuvo viajando hasta hace poco: a una exhumación en Piedrafita de Babia, a Cuba... Su familia le bordaba en las camisetas el número de teléfono porque, cuando Francos estaba fuera, siempre se olvidaba de llamar y temían que le pasara algo.
Hijo de emigrantes españoles, nació en Fontihoyuelo (Valladolid), en 1914, pero vivió casi toda su vida en Francia, en Bayona. Allí fue al colegio hasta los 12 años. A los 16 se afilió a las Juventudes Comunistas. Con 22 llegó a Madrid para luchar en la Guerra Civil del lado de los republicanos. Se unió al quinto regimiento, con otros franceses y también belgas, muchos atletas llegados el 17 de julio de 1936 a Barcelona para participar en las Olimpiadas Populares organizadas como respuesta al boicot que en los Juegos Olímpicos de Berlín se había hecho a los deportistas antifascistas. Su primera acción fue la defensa del puerto de Somosierra, para cerrar el paso al general Mola.
Más tarde, se unió a la XI Brigada Internacional, donde llegó a ser comisario político. El primer encargo fue la defensa de la Ciudad Universitaria de Madrid. “Fue un combate terrible, cuerpo a cuerpo, edificio por edificio, escalera por escalera. Tirabas un tabique y te encontrabas con un moro de frente. El primero que tiraba era el que se salvaba. Pasamos mucho miedo”, relataba Francos en el libro Ellos y nosotros. Allí le hirieron por primera vez, en un brazo, por metralla de una granada.

Radiografía del tórax donde se ve la bala.
Ya recuperado, volvió al frente ante la ofensiva franquista por el este de Madrid, en el río Jarama, donde murieron miles de brigadistas. Atravesó a nado el río para recoger a un compañero, un pianista americano al que una granada había arrancado un brazo. Ambos se reencontraron en 1986. Con su única mano, el brigadista al que había salvado la vida tocó El paso del Ebro, una canción que solían cantar los días previos al combate. Francos recordaba este reencuentro con emoción.
Después vino la Batalla de Brunete, la de Belchite, Teruel, el Ebro... hasta que los brigadistas internacionales recibieron orden de retirarse. En octubre de 1938, La Pasionaria les despedía en Barcelona: “Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la historia. Vosotros sois leyenda. Sois el heroico ejemplo de la solidaridad y de la universalidad de la democracia. No os olvidaremos”. En su dormitorio de Bayona, sobre el cabecero de la cama, Francos tenía un retrato de La Pasionaria, a la que decidió desobedecer aquel día. No quiso marcharse. Se unió a la 65ª Brigada de choque del Ejército republicano, y en marzo de 1939 terminó en el puerto de Alicante, la gran ratonera donde los perdedores de la guerra esperaban unos barcos extranjeros que nunca llegaron para evacuarles. Allí presenció los suicidios de compañeros que prefirieron quitarse la vida antes de caer prisioneros. A él lo enviaron a la cárcel de Portacelli, donde fue torturado, y después al campo de concentración de Miranda de Ebro del que se fugó y fue capturado de nuevo varias veces.
Las torturas fueron terribles. Vio cómo los franquistas cortaban la mano a muchos republicanos: “A ver cómo saludáis ahora con el puño cerrado”, recordaba que les decían. En 1940, gracias a la Cruz Roja, fue liberado. Pensaba que volvía a casa a descansar, pero volvía a otra guerra. Y decidió combatir de nuevo al fascismo. El 21 de junio de 1940 embarcó rumbo a Inglaterra para ingresar en la escuela de paracaidismo de Manchester. En 1942, le enviaron a Libia, donde tuvo que rematar a su mejor amigo, herido por una ráfaga de metralleta.
El 15 de septiembre de 1944 se lanzó en paracaídas sobre Arnhem, en Holanda, con otros 36 hombres. Cayeron prisioneros. Les llevaron a una fosa y dispararon. Esa es la bala que aún conservaba en el tórax. Todos le dieron por muerto. Su madre, a la que llevaba nueve años sin ver, ya iba de luto. Su prometida no había perdido la esperanza y ambos se casaron en Bayona en 1946. Ella murió hace unos años. Él hace unos días, con 98 años, una bala a escasos milímetros del corazón y un mal hábito: nunca dejó de fumar en pipa.
http://politica.elpais.com/politica/2012/07/05/actualidad/1341440604_744025.html

Ha muerto Theo Francos, en silencio, sin ningún impacto en la política española, como mueren nuestros verdaderos héroes en este paraíso de la impunidad. Luchó en la Guerra Civil, luchó en la Segunda Guerra mundial, sufrió enormes penalidades para que este mundo fuera un poco mejor.
Para
mí Théo Francos (1914 - 1 julio de 2012) ha muerto tres
veces. La primera vez, el día que lo fusilaron y milagrosamente
sobrevivió. La segunda, hace dos días, a sus 98 años en su casa de
Baiona. La tercera ha sido hoy, cuando he podido comprobar que su
muerte no aparece en ningún medio español.
Cuando
te liberaron pensabas que volvías a casa a descansar. Pero al llegar
viste Baiona tomada por los nazis. “Me escapé en el puente, vi a mi
madre de lejos, pero no me pude despedir de ella.” Porque entonces
comenzó una nueva odisea para ti, aunque en realidad era la misma:
seguir combatiendo el fascismo. Te alistaste como paracaidista en el
ejército inglés y en la nueva guerra te esperaban las experiencias
más duras de tu vida. Tuviste que matar a un compañero gravemente
herido, que no tenía el coraje suficiente para tomarse la pastilla
de cianuro que llevabais. En otra misión, al saltar, tu paracaídas
quedó atrapado en el ala del avión: “Lo corté con el cuchillo como
pude, y llegué bien a tierra. Me descontaron el coste del paracaídas
del sueldo del mes.” Pero creo que lo peor fue cuando te fusilaron.
A mí me parecía increíble. Viviste un fusilamiento, y por ello
llevaste alojada una bala a unos centímetros del corazón toda tu
vida. Te pregunté qué pensabas en esos momentos: “No sabes lo que
está pasando, si es verdad o no. A veces te herían para que
sufrieras antes de morir.” Pero tú no moriste, y te salvaron al día
siguiente una pareja de campesinos de la resistencia.